Crítica de 'El aspirante' (**): De novato a veterano, otro gran paso de la humanidad
En el transcurso de la noche, que es la película, hay mucho movimiento, mucha música, alcohol, drogas y demás, todo ello pillado por la cámara con ritmo frenético
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En su primer largometraje de ficción, el director Juan Gautier aborda un asunto que tuvo 'su minuto de gloria' hace un par de años, justo antes de que el Código Penal lo prohibiera: las novatadas en ese espacio universitario de los Colegios Mayores. El ... argumento consiste en un grupo de nuevos residentes, a los que esperan con alegría y ganas de bronca los veteranos, y en la descomposición paulatina de unos y otros. La película es un drama, naturalmente, pero Juan Gautier le insemina unas gotas de 'thriller' que amplifican la tensión y el rechazo.
Como todo el mundo, o casi, ha tenido oportunidad de padecer las gracias de ser novato (colegio, residencia universitaria, servicio militar, 'curro'…) entiende pronto lo esencial de la trama y lo doloroso de su mensaje: la gracia se convierte en miedo; el miedo, en sumisión; el poder, en abuso, y el abuso, en desastre. La película se concentra en un par de novatos y otro par de veteranos, y ninguno de esos personajes tiene o provoca una cercanía emocional. Cualquiera diría que son bastante tontos los cuatro, aunque la historia y la mirada del director nos sitúa lógicamente al lado del más débil, pero no mejor persona. Los actores, Lucas Nabor, Jorge Motos, Eduardo Rosa y Pedro Rubio están muy inmersos en su papelón.
En el transcurso de la noche, que es la película, hay mucho movimiento, mucha música, alcohol, drogas y demás, todo ello pillado por la cámara con ritmo frenético y muchos cambios en la atmósfera visual y moral. La violencia, aunque omnipresente y de todo tipo, está bien dosificada para no perder por completo a los personajes y al espectador. No se sale de 'El aspirante' con alguna idea nueva ni sobre ese asunto de las novatadas ni sobre otros, pero es inevitable no empaparse del mal rollo y de la sensación de que aquel filósofo, probablemente rural, tenía razón: lo peor de lo peor, la gente.
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