Crítica de 'Todo el mundo odia a Johan': Una vida entre desgracias y explosiones
El director, Hallvar Witzo, propone un tono narrativo que tal vez se corresponda con la comedia, aunque la comicidad nórdica es un territorio aún por explorar y cartografiar

No es fácil encontrarle el punto a una película tan noruega de director desconocido (en realidad, primerizo), con un personaje descatalogado y sin cliché a la vista y cuya peripecia vital, que es el argumento, transcurre en una especie de isla nórdica poblada de ejemplares humanos casi tan raros como él. La narración, en cambio, es fácil de encajar y recoge al protagonista, Johan, recién nacido, junto a sus padres, que detonan puentes durante la Segunda Guerra Mundial y le trasmiten su amor (¿?) por los explosivos, y lo acompaña a lo largo de décadas como si fuera una especie de Forrest Gump, pero sin cambios sociales, ideológicos, históricos o geográficos.
En el fondo del argumento anidan ideas sobre lo peculiar, lo diferente, la marginación, las raíces y las explosiones de todo tipo, desde las de mecha larga y controlada a las del carácter y más de mecha corta y poco control. El director, Hallvar Witzo, propone un tono narrativo que tal vez se corresponda con la comedia, aunque la comicidad nórdica es un territorio aún por explorar y cartografiar, y en todo caso lo que sí consigue es absorber y diluir todos los líquidos dramáticos: la vida de Johan es, sin eufemismos, una mierda, pero no busca su historia la condolencia del espectador. Un buen tipo, un imán para la fatalidad, en absoluto odioso, que se maneja bien con las luces cortas y más frío que el picaporte de un iglú, y al cual interpreta con su par de metros de anatomía el actor Pal Sverre Hagen. Ya se decía al comienzo, no es fácil encontrarle el punto, pero intentarlo es divertido.
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