Crítica de «Sinónimos»: El pueblo deselegido
Esta película ganó el Oso de oro en el Festival de Berlín, pero no es eso lo que más sorprende al verla

Ficha completa
Esta película ganó el Oso de oro en el Festival de Berlín, pero no es eso lo que más sorprende al verla: lo más asombroso es que su director, el israelí Nadav Lapid , pretende hacer pasar por sutileza crítica y finura argumental un tosco mensaje fiscalizador y lleno de enloquecida simbología contra su país de origen, Israel, que absorbe toda la batería de sinónimos (todos improperios) que se le ocurren a su personaje protagonista, un joven israelí, Yoav, ex militar que se instala en París y que decide extirparse todos sus gérmenes de procedencia.
Las intenciones argumentales de Lapid (de quien se estrenó hace unos años la desconcertante «La profesora de parvulario» ) son febriles y furiosas, y así las expone el propio personaje de Yoav, que atraviesa las secuencias de la película sin que la lógica o la cordura hagan acto de presencia. Desde el arranque, la situación absurda (si prefieren, metafórica) de desnudo, la presentación de los otros personajes o el desarrollo de sus relaciones y lucubraciones, se presiente el tono confuso ( ¿será comedia? ) y el aire de circunloquio, de inciso y digresión constante que envuelve la historia, aunque ella se defienda de su absoluta superficialidad con los viejos recursos de la «nouvelle vague», y con ese «disimula lo que no sabes cómo contar» que tanta gloria le ha dado al penúltimo cine europeo.
Noticias relacionadas
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete