Crítica de Miss Dalí: La muchacha en la ventana
De los muchos modos que hay de acercarse a la inmarchitable figura de Dalí, Ventura Pons elige el más complejo, aledaño, claroscuro y furtivo

De los muchos modos que hay de acercarse a la inmarchitable figura de Dalí, Ventura Pons elige el más complejo, aledaño, claroscuro y furtivo: a través de los ojos de su hermana Ana María Dalí (la muchacha en la ventana), tan llenos de admiración, amor, recelos, reproches y sentimientos de pertenencia y pérdidas que propician un retrato realmente abismal, tan divertido como amargo, tan artístico como estrafalario, del hombre que erizaba el siglo con la misma facilidad que sus bigotes.
Ventura Pons cuida con pasión los dos tiempos de su película, ese ahora de charlas, impresiones y nostalgias, y el antes descriptivo de un artista pertinaz, un entorno entre lo glorioso y lo ridículo, y unas épocas jugosas para ser diluidas en los líquidos de la extravagancia… El buen gusto de la cámara, la intención del plano y la juguetona voluntad de las secuencias hacen de la narración, a veces conocida o reconocible, a veces sorprendente y cotidiana, un entretenidísimo álbum que hojear, y aunque el peso del relato cae en Claire Bloom y Sian Phillips, los rayos y centellas de la trama los procuran el actor Joan Carreras, un Dalí excelso, y Josep Maria Pou, el padre y patrón.
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