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Crítica Oro: La fiebre de selva y oro

Reverte, conocedor experto del lenguaje de la época, Díaz Yanes y sus actores, impregnan de ahora mismo aquella vieja sensación de sueño de conquista y apocalipsis

José Coronado y Raúl Arévalo en«Oro»
Oti Rodríguez Marchante

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Como Herzog, como Saura, Agustín Díaz Yanes en complicidad con Arturo Pérez Reverte se aventura en ilustrar ese capítulo alucinado de épica y ambición en el que una partida de c onquistadores españoles se adentran en la selva amazónica en busca de la mítica ciudad de El Dorado.

El relato de Pérez Reverte sobre la expedición de Lope de Aguirre y Núñez de Balboa lo recoge Díaz Yanes con la indumentaria narrativa de la crónica de Indias, y lo más sorprendente de lo que vemos y lo que oímos (apuntes, dietario, crónica de hace cinco siglos) suena rebosante de actualidad, como si «Oro» no nos hablara exclusivamente del pasado, sino de un tormentoso presente y de una actualidad llena de ambición, ensoñaciones, violencia, traición, sediciones y contradioses… No ha de ser casual, pues, que esos personajes aguerridos, emponzoñados de selva y hambres, dialoguen entre sí como se dialoga ahora: Reverte, conocedor experto del lenguaje de la época, Díaz Yanes y sus actores, impregnan de ahora mismo aquella vieja sensación de sueño de conquista y apocalipsis . Podrían, incluso, establecerse paralelismos entre cada personaje, sus pasiones y actos, con los de plena actualidad, desde el escribano Real, que apunta como un tertuliano, a la medra eclesiástica o a las luchas internas por el poder, por la gloria, por el placer y por el oro.

«Oro» entra por los ojos, pero le da trabajo a la nariz: españolazos de patria chica a la gresca goyesca . Te entierra en esa progresiva descomposición de lo humano del hombre cuando la incertidumbre, el miedo, la crueldad y la distorsión de principios y fines lo acorralan con un envoltorio perfecto de selva, barro, flujos y sangre. Pero también te provoca una salida a la reflexión: lo que éramos, lo que somos. Obviamente, es una película amarga, pesimista, con escasos momentos de grandeza (acaso el de Juan Diego y algún gesto de Arévalo o Coronado) pero que resume quevedianamente un estado de ánimo y de patria. Todos los actores están espléndidos (¿cuándo no lo está Óscar Jaenada?) y tanto te meten en el contexto histórico de entonces como en el Telediario de hoy.

Crítica Oro: La fiebre de selva y oro

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