Casi 40: Autovía de escape
Si ellos fueran los mismos personajes de «La buena vida», «Casi 40» tendría la misma mirada herida y poética al tiempo huido que si no lo fueran

Si ellos fueran los mismos personajes de «La buena vida», los mismos Lucía y Tristán de la primera película de David Trueba, «Casi 40» tendría la misma mirada herida y poética al tiempo huido que si no lo fueran. Son (o no son) Lucía y Tristán y llevan los pagarés de esa fuga en los rostros de sus mismos protagonistas, Lucía Jiménez y Fernando Ramallo. Y el (pagaré) de David Trueba se refleja en el (rostro) de ellos, y en el cuidadoso, brillante, hermoso y potente texto que la interpretación de ambos (los tres, en realidad) nos ponen delante para que, con algo de suerte, de vida fugada y de tímpano sensible, cualquiera bucee en las aguas de su propio espejo retrovisor.
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Hay viaje, pero no «road movie», y hay sencillez, pero no simpleza. La cámara, a la altura de los ojos de ellos y del espectador, muestra un respeto absoluto por la memoria sin «flashback» y por el amor sin vuelta. Y un respeto mayúsculo por las maravillosas canciones a plano fijo en ti (sin la grosería del parpadeo de varios planos) que «colocan» en el cuerpo o en el alma de la historia las sorprendentes Lucías. Nada ocurre, nada se dice, nada se piensa que no sea definitivamente gigantesco..., si no lo dejas fugarse.
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