'Avatar: el sentido del agua', el último cartucho para salvar la experiencia del cine
La película viene a estar íntimamente conectada a aquel cohete de cartón que Méliès clavaba en el ojo de la Luna, una conexión genética y con un parecido asombro al que mira
Un truco de magia para salvar los cines
![Imagen de 'Avatar 2: el sentido del agua'](https://s3.abcstatics.com/media/play/2022/12/15/Avatar2-el-sentido-del-agua-pelicula-kcUH--1200x630@abc.jpg)
Han pasado trece años desde que James Cameron fundiera cine y alucine en aquel mundo de avatares y Pandora donde Jake Sully (Sam Worthington) y Neytiri (Zoe Saldaña) construyeron los mimbres de una leyenda. Y este intervalo, sin cámara que dé noticia de ellos, ha ... sido tiempo de paz y amor, han formado una familia junto a los na’vi, los habitantes de Pandora, y han gozado de todo ese mundo fascinante de naturaleza, selva, buen mensaje y espiritualidad. ¿Y qué ha hecho durante esos trece años de paz la cámara, o mejor, su dueño, James Cameron ? Pues prepararse para la guerra, buscar, investigar, inventar nueva cobertura visual y tecnológica para estar a la altura de su tarea, que no es solo esta película que presenta, sino también las otras tres que ya tiene programadas (naturalmente, si consiguen una respuesta parecida o mayor que el primer ‘Avatar’, hasta el momento, la película más taquillera de la historia). Como si ambicionara la persistencia en el mundo y la originalidad en el universo de ‘La guerra de las galaxias’, pero en ‘citius, altius, fortius’.
Del mismo modo que a su película, a James Cameron es imposible encontrarle las junturas –el cómo lo hace– a los recursos técnicos y a la voluntad de perfección para soldar músculo y corazón cinematográfico; sí da la impresión de que cada minuto de trabajo, cada minuto de película (y son casi doscientos) requiere un esfuerzo excesivamente grande para una vida entera de un ser humano. Lo que era narcótico visual en ‘Avatar’ , con aquella selva esmeralda y aquel mundo inquietante, se traslada en su secuela al agua, y la vuelta al planeta de los malvados hombres del cielo obliga a la familia Sully (tienen dos hijos adolescentes, una hija pequeña y otra, Kiri, adoptada y de origen misterioso que le da puntos suspensivos y aire de saga) a cambiar de ‘barrio’, dejan el pueblo na’vi y se refugian junto a los Metkayina , marítimos y que han hecho del agua la sustancia de su religión y creencias.
En pantalla grande
Lo que pone Cameron en la pantalla, además de un milagroso espectáculo visual, es un sencillo letrero: esto no lo puedes ver en otro sitio. Es la llamada de la selva a la sala de cine, a la gran sala de cine, y sólo pensar en lo absurdo que sería ver ‘Avatar: el sentido del agua’ en otro lugar que no sea ése, o sea, verlo en tablet, teléfono o lugares peores, es motivo de carcajada. Cameron hace cine que solo cabe en las catedrales del cine, o gran sala, y fisgonearlo en un telefonillo es como descubrir Venecia en el salón de casa, en vez de saboreándolo desde un vaporetto.
Y lo que hace Cameron con el traslado al agua en esta continuación no es recrear, sino crear: un mundo nuevo aún más fascinante que el primero, con otros personajes (los Metkayina), otra fauna y flora, nuevos conflictos argumentales, de familia, de personalidad, bélicos, ecológicos, sentimentales…, en fin, algo que se presume tan infinito y legendario como un organismo unicelular o el Antiguo Testamento.
Ficha completa
En lo argumental, el único aspecto en el que Cameron se permite ser tradicional, procura inocularle un carácter distintivo a cada personaje, que se desarrolle singularmente dentro de la historia y que atraviese por cuestiones y dilemas propios de la vida y la ficción, tales como la responsabilidad, la protección de la familia, las contradicciones, inseguridades y sacrificios por lo y los tuyos…, algo que, en cierto modo, produce escozores en nuestra sociedad moralmente desequilibrada. Y algo que la película embotella magistralmente en dosis de violencia, ferocidad, ternura y solidaridad. Busca el máximo entretenimiento, y conmoción, y risa, tensión y lágrima. Podría reprochársele (aunque no sé muy bien por qué) lo meridiano de la batería de sus mensajes, tan claros, tan nítidos, tan sentimentales: ser honrado contigo y tu comunidad, conectarte con tu entorno, ser duro con lo duro y elástico con lo dúctil, si eres padre o madre o hijo, serlo, y luchar por todo esto como si realmente fueras un héroe, y enfrentar a la villanía, a los males de cualquier época, a ‘los que llegan del cielo’ a cambiar paz por confrontación y pérdida de libertad.
Como película que tiene su sustento, además de en la contemplación, en la acción, la excitación y la agresión bélica, no hay modo de salir de ella ni un solo instante durante las tres horas largas que permanece asombrosamente viva en la pantalla, y uno asiste a las imágenes de aventura más sorprendentes que ha visto por tierra, mar y aire, y a las escenas de acción más largas, impresionantes, imaginativas y angustiosas…, sin tiempo, ya digo, para aliviar cualquier humana necesidad.
Y como despliegue asombroso de las potencias del cinematógrafo, ‘Avatar: el sentido del agua’ viene a estar íntimamente conectada a aquel cohete de cartón que Méliès clavaba en el ojo de la Luna, una conexión genética y con un parecido asombro al que mira. Y que habrá, claro, a quien no le guste, pues como las vacaciones, Las Meninas, el Taj Mahal o el whisky de malta Lagavulin.
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