En «Sin vergüenza», Joaquín Oristrell mete cine en una escuela de teatro
Joaquín Oristrell parece pugnar por suceder a Rafael Azcona en el trono de los guiones de cine español. Con unos veintitantos de ellos a cuestas, a partir del de «Esquilache» (1989), en «Sin vergüenza» realiza una arriesgada incursión en el difícil terreno del teatro en el teatro, con su doble función de guionista y director, pero sabe salirse con buen pie y consigue una película notable.
El viejo asunto de las dudas y temores de los actores, tanto con respecto a su valía intrinseca como a las posibilidades de conexión en el circuito profesional que los permita vivir de su viejo arte, ha sido objeto de muchas obras de cine, teatro y televisión, desde el «Cómicos» de Bardem a la hollywoodiense «Eva al desnudo».
Isabel (Verónica Forqué) tiene una academia de actores a la que acudirá Mario (Daniel Giménez Cacho) a buscar jóvenes talentos para su próxima película. En clave de humor y con toques de farsa se desencadena la lucha por el «papel de su vida», en un todos contra todos, en el que menudean los golpes bajos.
La sólida mano de guionista de Oristrell planea a lo largo de toda la obra. «He querido reflejar el ambiente del mundo del teatro, de los actores, por ello hay tres actrices que representan tres etapas en la vida de una intérprete: Rosa Sardá, la madurez abocada al declive, cuando se está de vuelta de muchas cosas y que en las representaciones de la escuela debe intrepretar un fragmento de “Hamlet” con su propio hijo. El interpretado por Candela Peña, que es la actriz amiga del director y que tiene dudas sobre su valía real y si su compañero le da todo lo que se merece. Y la joven hija de Verónica —en la película— ecarnada por Marta Etura, que está repleta de ambiciones, dispuesta a todo por triunfar», declaró el director y guionista.
Entre las cosas que parece estar dispuesta a hacer la actriz joven figura el irse a dormir con el director de la película, que a la postre —como en los mejores seriales— resulta ser su padre. Otra patética relación paternofilial es la de un señor de Bilbao padre de Lara —interpretada por Cecilia Freire— que le ofrece a la directora de la academia dos millones y medio para que su hija no sea actriz.
«Tu no eres ni Almodóvar, ni Amenábar» le espeta la amiga del director de moda. «He querido reflejar el lenguaje del mundillo teatral, cuando se habla de todo, a calzón quitado. Aunque la dedicatoria de la película habla de 4.500 actores, en España, en realidad que vivan sin estrecheces ni incertidumbres debe de haber entre veinte y cuarenta que puedan escoger los papeles y las compañías que a ellos les gustan. El resto va malviviendo a base de series televisivas, bolos, espacios publicitarios y lo que cae», remachó Oristrell.
La película tiene momentos muy conseguidos y otros no tanto. Verónica Forqué está sensacional en su triple papel de directora de la escuela, antigua enamorada del director de la futura película y madre de la juvenil actriz con ansias de triunfar. El final es una especie de psicodrama.
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