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Penélope Cruz le encuentra el punto a Ben Kingsley

E. RODRÍGUEZ MARCHANTEENVIADO ESPECIALBERLÍN. De las muchas cosas que pueden pasar en una jornada de festival de cine, ayer, que se estrenaba el gran secreto «americano» de Isabel Coixet, «Elegy

E. RODRÍGUEZ MARCHANTE

ENVIADO ESPECIAL

BERLÍN. De las muchas cosas que pueden pasar en una jornada de festival de cine, ayer, que se estrenaba el gran secreto «americano» de Isabel Coixet, «Elegy», ocurrió una nunca vista: que la película más entretenida, intrascendente y de mejor «rollito» del día era una iraní. Estamos acostumbrados a que la película iraní sea la más profunda, o la más premiada, o la más rollo...; en fin, de todo menos la optimista del día. Se titula «El sonido de los gorriones», la ha dirigido Majid Majidi, y ahora le cede el turno aquí a «Elegy», lo de Isabel Coixet, película de sentimiento rebosante, de una sexualidad calculada y de un romanticismo erudito. Una película así como para parejas, tal que aquellas discotecas cutres de los setenta..., a pesar de que en esencia sean las reflexiones de un personaje tan individualista como el profesor Kepesh.

«Elegy» está basada en una novela de Philip Roth, la penúltima, «El animal moribundo», narrada en primera persona por David Kepesh, un personaje habitual de mundo de Roth, y que interpreta Ben Kingsley con su físico sinuoso y un halo entre intelectual y golferas. El personaje de ella, la jovencita alumna que sacará a Kepesh de sus inmutables casillas, lo encarna con suma gracia y multiplicadas dosis de sensualidad (quien quiera puede quitar la «n» y la «s» y poner directamente una «x») Penélope Cruz, en una combinación perfecta de morbosidad y moralidad, de buen cuerpo y de buen gusto.

Sencilla y directa

La puesta en escena de Isabel Coixet, al contrario que en otras ocasiones, es sencilla, directa: casi exclusivamente un dúo de interiores, y las ideas y reflexiones proyectadas en todo momento en la gestualidad y la carnalidad de los protagonistas, ambos realmente muy eficaces y entregados. Las breves miradas de la cámara a otro lado, como los diálogos entre los amigos (el otro es un Dennis Hopper con buena pinta), o las visitas de la amante de toda la vida le permiten respirar un poco a la obra, completamente concentrada en ellos y en el pedazo de dramón que los espera. Y ahí es donde se crece siempre Isabel Coixet, en los malos momentos de sus personajes: lo bien que captura esta directora las angustias y los revolcones sentimentales. También captura esta historia en sus tonos justos, en sus contrastes extremos y en su descarnada ironía, y a la distancia adecuada: sumamente cerca, volcándose sobre el rostro de ellos, sobre sus pensamientos y sentimientos.

Lo que no es la película de Isabel Coixet es ingenua, o de trato sencillo, o de mirada cristalina, tal y como sí era la iraní, con personajes tan transparentes como un edificio moderno. Todo lo que en la de Coixet era reflexión y ensortijamiento, en la de Majid Majidi era llaneza y espontaneidad. Se fija la historia en un personaje, un hombre que trabaja en una granja de avestruces (si hay en ello ánimo metafórico se nos ha pasado tanto a mí como a las autoridades religiosas iranís) y en su familia y vecinos, mayormente indescriptibles todos ellos. Pequeños problemas, para ellos enormes, soluciones rápidas, optimismo a granel, personajes buenos y simples, algunas escenas visualmente poderosas (cientos de peces rojos moviéndose en el suelo)... Una película muy breve, aparentemente saludable, que no presenta ni torceduras ni quebrantos, hecha con lo de casa y poco más... Los jurados se pirran por este tipo de cine.

Melodrama familiar

Y la guinda la puso, fuera de concurso, la película de Dennis Lee «Luciérnagas en el jardín», un melodramón familiar que le hubiera roto los esquemas al mismísimo Ibsen, en el que Julia Roberts interpreta (durante sólo unos momentos) a una casi anciana y Willem Dafoe, su marido, tiene uno de esos papeles desagradables que tanto le pegan. También salen Carrie-Anne Moss, Emily Watson y Ryan Reynolds, pero todo está contado por el director con un espíritu de sobremesa demasiado evidente. De todos modos, aquellos a los que les gustan esos rencores enquistados en las familias, esas trastiendas horribles y esas frustraciones y fracasos que se llevan de por vida en la mochila, aquí está su película, «Luciérnagas en el jardín», y a pasarlo bien.

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