La voz más profunda, por Javier Aguirre

El teatro tiene muchas ventajas que el cine no tiene pero el cine le aventaja, al menos, en una: que la creación se prolonga indefinidamente a lo largo del tiempo. En este sentido Francisco Rabal no ha muerto: sus interpretaciones, hondas, nos harán disfrutar ahora y siempre con su arte genial, su personalidad irrepetible.
Era la voz más profunda y, sobre todo, original que hayamos tenido nunca en el cine y en el teatro. En las películas españolas de los cincuenta y sesenta, acostumbrados los oídos a la perfección del doblaje, una voz como la suya se salía, afortunadamente, de lo establecido. Eran voces -también la de Enma Penella- que se salían, por su autenticidad, del contexto. A mí me parecía que la voz de Paco era -es- una de las más impresionantes del cine de todas las latitudes y, como obras son amores y no buenas razones, así lo demostré en mi primera película -«España insólita» 1964- proponiéndole que grabara parte del texto que -otro gran poeta (porque Paco también lo era)- Dionisio Ridruejo escribiera para este largometraje sobre costumbres nuestras que, algunos, salían a la luz fílmica por primera vez.
La última vez que vi a Paco fue en su casa de Alpedrete, hace escasamente un par de meses, y quedamos en cenar los cuatro -con Asunción y Esperanza- en cuanto él quedara libre de sus compromisos trasatlánticos: Canadá y Festival de San Sebastián e, inmediatamente después, otra vez a sobrevolar el charco para volver en diciembre. Cenaríamos en vísperas de Navidad en El Boalo. El motivo de mi reciente visita fue para que grabara unos textos que se escucharán en mi película -en proceso de montaje- titulada «Zero / Infinito». Es mi última película pero es más significativo que también sea el último trabajo para el cine de Francisco Rabal, aunque sea sólo -¡sólo!- con su maravillosa voz. Para ser más preciso: su penúltimo trabajo, porque también puso voz a a un breve texto de Borges que formará parte de un próximo film.
He hablado de su voz porque otros lo harán, mejor que yo, sobre su físico, sobre sus cualidades de autor entero, o sobre su solidaridad. ¿Y qué decir de su carácter abierto y generoso? Me basta con poner un ejemplo y -fruto de mi mala educación generacional- tengo que contener la emoción en un trance como éste: no quiso remuneración alguna por ésta colaboración expresando -¡y cómo!- textos de Antonio Machado, León Felipe, Césare Zavattini, Cicerón y un «haiku» del japonés Toko y que dice: «Los poemas a la muerte / son un engaño. / La muerte es la muerte».
Es la otra e inevitable cara de la vida, vida en punta, pura energía la de Paco, la que nos seguirá transmitiendo a veinticuatro imágenes por segundo. Y vida en punto, en su punto, equilibrada, puro sosiego, imprescindible Asunción.
Por mi parte la emplazo a Asunción para esa cena pendiente. Parecerá que somos tres pero -sin dudarlo- seremos cuatro.
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