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Hoy llega a las pantallas «La Pasión» de Gibson

Hay tantos lugares desde los que mirar esta película, que el meramente cinematográfico podría quedarse rezagado, o incluso olvidarse como un paraguas entre tanta polémica. Vaya, pues, por delante una opinión personal al respecto: El músculo del director Mel Gibson sólo es comparable a su fuerza lírica, y ambas cualidades, potencia y poética, pugnan por ser la primera y principal de las que rezuma esta gran película.

La voluntad agresiva de sus imágenes está tamizada (y puede que, al tiempo también, amplificada) por el acertadísimo manejo de símbolos y metáforas, y por un sentido pleno de buen gusto en el uso del «flashback», en la rima de los recuerdos, de los momentos del pasado que irrumpen, veteados, en la terrible visión del presente y del calvario como un chorro de agua fresca.

No se fíen del apellido del director, Gibson no es un historiador sino un creyente, y no busca por lo tanto otras verdades y fuentes que las que le proporcionan los Evangelios (especialmente el de San Lucas y San Juan, donde sí aparecen «la oreja sanada» que cortó Pedro y el ida y vuelta de Jesús desde Pilatos a Herodes).

Gibson conoce lo que quiere contar y elige el modo de hacerlo, y ambos datos los revela abiertamente ya en la esencia del propio título, «La Pasión de Cristo»: desde que Jesús de Nazaret es apresado en el Huerto de Getsemaní hasta que se consuma su sacrificio en la Cruz, y su mirada seguirá muy fijamente esos brutales acontecimientos sin negociarlos con ningún paño ni apaño, mientras que el espectador se ve sometido al espanto íntegro del martirio, al tú a tú con la descarnada y cruda imagen del «ecce homo», sin ahorrarle ni un sólo latigazo, ni un sólo clavo ni espina: la representación pura y dura del sacrificio y del dolor. Y sin mostrar más milagro que el del deber cumplido, por alto y exigente que éste sea.

Cualquier consideración sobre la pertinencia de ser tan «literal» es opinable y legítima; desde luego, Mel Gibson tiene también todo el derecho a representar una Pasión tan cruel y al tiempo tan espiritual, y tan próxima y tan llena de sentimiento sin caer nunca en la frase hecha o en la imagen vista. Y es un completo acierto el rodaje de la Pasión en su idioma vernáculo, el arameo, y en el histórico latín ocupador, pues con ello te sumerge hasta casi el ahogo en la historia. ¿Antisemitismo?... Pamplinas (se dicen en arameo, pero no se traducen en los subtítulos, las palabras que aluden a que la sangre de Jesús caiga sobre el pueblo judío).

Mel Gibson abre en canal la pantalla, sí, pero muestra también en ella la profundidad de los sentimientos entre los personajes mediante una puesta en escena que tampoco le vuelve la cara a la absoluta congoja: el hilo de aliento entre Jesús y su madre, María, en escenas como la del «flashback» del Niño caído, o en la que ambos se presienten a través de los muros de la mazmorra... Las escenas terribles de arrepentimientos, de flaquezas, de titubeos, con la representación tan inhóspita del diabólico... El modo en que sabiamente Mel Gibson elude el retrato fácil, la escena prevista, la composición tópica (incluso en la voluntad tan innovadora de componer imágenes tantas veces representadas como la Última Cena o las de la Virgen llorando el Cuerpo de Cristo).

Habrá quien le ponga a esta «Pasión» pegas absurdas, incluso estúpidas, a detalles que podrían rascar con «lo histórico», como la edad o la «carga visual»de algunos personajes: Herodes, o la propia Virgen María, que encarna la atractiva actriz rumana Maia Morgenstern, prácticamente de la misma edad que James Caviezel, que interpreta a Jesús; o el hecho de que sea la mollar Mónica Bellucci la que cargue con el personaje de María Magdalena. Pues, a esto, las mismas pamplinas que al antisemitismo. El trabajo de Caviezel, y no sólo físico (aunque en el terreno físico sea sencillamente portentoso), sino también de calado y transmisión en lo espiritual es magnífico, y su conjunción con los personajes que le rodean (en especial con María y con Pedro) es tan intensa como casi imperceptible.

Mel Gibson ha conseguido otra visión insospechada sobre este capítulo esencial de los pilares de nuestra cultura, completamente espinosa, desgarrada, lejanísima de las visiones Hollywood o Bronston e igualmente antípodas del espíritu Kazantzakis, pasoliniano o marxista. Más real, visual y pasional que todas, pero también más densa, dolorosa y espiritual que ninguna.

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