COMPLEMENTO CIRCUNSTANCIAL
Nosotros
La gente normal y corriente estamos ya hartos de que nos digan cómo debemos comportarnos, cuándo podemos divertirnos
Los vecinos de La Peza están encantados con la fiesta 'rave' –sin papeles– que durante una semana los ha puesto en el centro de los mapas sin necesidad de campañas publicitarias, subvenciones ni esfuerzos políticos. Lo de La Peza, con sus poco más de mil ... habitantes, ha sido toda una revolución y, si me lo permite, una declaración de intenciones con un claro mensaje. Porque mientras el alcalde de la localidad granadina, Fernando Álvarez, espera que la fiesta «no se vuelva a repetir», los lugareños ya cuentan las horas para abrir de nuevo las puertas al festival de música electrónica, que sin permiso oficial, se ha prolongado durante siete días y seis noches. «No nos han molestado», dicen los vecinos; «más ruido hace la lavadora», «ojalá vengan todos los años», «cuando llegas allí se te olvida todo, la gente es majísima y el ambiente es súper chulo» repetían hasta los más viejos del lugar, que han acudido en peregrinación, maravillados, a la fiesta que se acabó, solo, cuando ya no quedaba gasolina –de ninguna clase– y ya no era una fiesta sino se había convertido en un movimiento a favor de la libertad, como dicen en el pueblo.
A veces las cosas son así de sencillas y así de prodigiosas. Y suceden, no porque así lo quiera algún salvapatrias o alguna mente políticamente privilegiada; suceden porque, nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos. Por eso no ha calado el mensaje de preocupación y alerta que se lanzaba desde las instituciones y los medios de comunicación que llegaron incluso a cuestionar la aparente felicidad de los vecinos de La Peza; hablaban de toneladas de residuos y de desperdicios, mientras el pueblo se deshacía en elogios hacia los festivaleros y su urbanidad a la hora de recoger y, entre risas, reconocían que más basura dejaban ellos mismos en un cumpleaños.
Puede que lo de La Peza, con el tiempo, sea un hecho aislado, una rareza en el paraje de Sierra Nevada que se recuerde con una sonrisa o incluso con un punto de condescendencia nostálgica; pero puede que lo de La Peza sea algo más. Nosotros, los vecinos –y las vecinas–, la gente normal y corriente estamos ya hartos de que nos digan cómo debemos comportarnos, cuándo podemos divertirnos, en qué debemos gastar nuestros ahorros y en qué momento debemos aplaudir. Y también estamos hartos de que sean otros los que nos digan qué es lo que nosotros queremos y necesitamos. Lo mismo, en el fondo, no somos ni tan ecologistas, ni tan animalistas, ni tan peatonales y ni siquiera odiamos a los turistas.
La resistencia, la rebelión, la rebeldía no siempre están acompañadas de actos violentos. En La Peza, las abuelas acompañaban a sus nietos a la rave, los parroquianos del bar de siempre dejaban sitio a los visitantes, las amas de casa aligeraban las faenas para llegarse un ratito a la fiesta, y todos, en algún momento, cerraron los ojos y dijeron «hay un ambiente maravilloso».
Lástima que también fuese ilegal.
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