complemento circunstancial
Lo que menos importa
Política y bibliotecas son dos palabras que no suelen ir, a menudo, en el mismo sintagma
Como una cosa es predicar, y otra bien distinta es dar trigo, hoy los titulares de prensa y los informativos darán buena cuenta de los actos oficiales del Día Internacional de las Bibliotecas, celebración que tiene, como usted bien sabrá, origen en la destrucción de ... la biblioteca en Sarajevo que terminó siendo un infame símbolo de la guerra de los Balcanes. Hoy, como viene siendo habitual desde hace veinticinco años, los responsables de la política cultural de este país se desharán en elogios y defenderán la labor que realizan las bibliotecas como herramientas de empoderamiento colectivo y bendecirán el papel que ejercen como factor de equilibrio social aminorando la brecha social de este país que cada vez es más grande. La lectura, dirán, es un derecho, y la biblioteca un servicio público, tan público como la salud, la educación o la justicia. Dirán esas cosas que se dicen de los beneficios de la lectura, hablarán de la urgencia de proteger y fomentar el hábito lector como una necesidad más que como una afición, y citarán —seguro que lo citan— a Ray Bradbury con aquello de «sin bibliotecas no tendremos ni pasado ni futuro».
Luego, volverá cada uno a su despacho, los titulares de prensa y los informativos retomarán asuntos serios y las bibliotecas volverán a ser espacios invisibilizados hasta el año que viene, o hasta que alguna desgracia —robo, incendio, misil— las ponga en el centro de la mirada informativa. Porque, por si usted no lo sabe, la inversión económica en bibliotecas públicas en nuestro país supone una media —según los últimos informes realizados— que apenas supera los 10 euros anuales —piense en lo que cuesta un libro— por habitante, frente a lo invertido en países como Finlandia o Eslovaquia. Y en el caso andaluz, la inversión de 5,97 euros por persona resulta todavía más irrisoria, si tenemos en cuenta que el gasto medio por habitantes en fiestas y ferias varias asciende a 40 euros por habitante.
Que leemos poco es algo que no podemos negar. La Encuesta de Hábitos y Prácticas Culturales en España recientemente publicada por el Ministerio de Cultura y Deporte es absolutamente demoledora; apenas un 3,4% de la población encuestada utiliza los servicios bibliotecarios —lo de la biblioteca como sala de estudio se lo cuento otro día— y solo un 1% reconoce la importancia de las bibliotecas como centros para el estudio, la información, la formación y el ocio que es para lo que sirven, según la Unesco. La mayoría de las personas encuestadas afirman que leen poco por falta de tiempo o por el elevado precio de los libros. Quizá es ahí donde debería estar centrada la celebración del Día de las Bibliotecas, en dar a conocer a la ciudadanía unos servicios públicos y gratuitos que son un derecho incuestionable. Pero no le descubro nada nuevo si le digo que política y bibliotecas son dos palabras que no suelen ir, a menudo, en el mismo sintagma. Por norma general, a los gobiernos nunca les ha interesado una ciudadanía ni formada ni informada, por lo que el fomento de la lectura siempre ha formado parte de lo que menos importa.
Así nos va. Hoy, sin embargo, todo el mundo hablará de bibliotecas.
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