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Lo que menos importa

Política y bibliotecas son dos palabras que no suelen ir, a menudo, en el mismo sintagma

YOLANDA VALLEJO

Como una cosa es predicar, y otra bien distinta es dar trigo, hoy los titulares de prensa y los informativos darán buena cuenta de los actos oficiales del Día Internacional de las Bibliotecas, celebración que tiene, como usted bien sabrá, origen en la destrucción de ... la biblioteca en Sarajevo que terminó siendo un infame símbolo de la guerra de los Balcanes. Hoy, como viene siendo habitual desde hace veinticinco años, los responsables de la política cultural de este país se desharán en elogios y defenderán la labor que realizan las bibliotecas como herramientas de empoderamiento colectivo y bendecirán el papel que ejercen como factor de equilibrio social aminorando la brecha social de este país que cada vez es más grande. La lectura, dirán, es un derecho, y la biblioteca un servicio público, tan público como la salud, la educación o la justicia. Dirán esas cosas que se dicen de los beneficios de la lectura, hablarán de la urgencia de proteger y fomentar el hábito lector como una necesidad más que como una afición, y citarán —seguro que lo citan— a Ray Bradbury con aquello de «sin bibliotecas no tendremos ni pasado ni futuro».

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