Complemento circunstancial
El chacachá del tren
Más impuestos, para nosotros, más fiscalidad, para nosotros y siempre, siempre «un poco de azúcar»
«Ya que no podemos cambiar de país, cambiemos de tema», escribió James Joyce en su 'Ulises', sin saber que la cita iba a convertirse en el motivo más recurrente del debate sobre el estado de la Nación que hoy mismo termina. Un visto y ... no visto, un nuevo artificio de Blacamán para hacernos creer, otra vez, en su particular «yes we can», sacando de la chistera su empatía –no lo digo yo, lo dijo él- sus plumas de ave fénix y toda una batería de medidas, no tanto para paliar la crisis como para garantizar su sillón hasta el final de la legislatura. Hay que reconocer que Sánchez es un experto en esto de presentarse como uno de los nuestros. Él, que sufrió los efectos más devastadores de la crisis económica, que vivió la pandemia tan asustado como usted, y que cada día se levanta pensando en el prójimo, se plantó ante el congreso como Scarlett O'Hara entre los nabos de Tara; fue tan inquietante su desesperado llamamiento a consumir menos calefacción, aire acondicionado y gasolina que casi le compro el «relato» de estos últimos tres días. Me duró poco, es cierto, porque cuando le escuché lo de los «profetas del desastre» y los «traficantes del miedo» me acordé de su vicepresidenta, eternamente Yolanda, y haciendo uso de mi inteligencia colectiva, recordé la advertencia de la ministra Calviño sobre lo que se nos viene encima; definitivamente, el enemigo siempre juega en casa.
Y es que lo del presidente ya está muy visto. Su estrategia es siempre la misma, rehuir el problema e intentar paliar –el beneficio de la duda no se le niega a nadie- los efectos con medidas de urgencia que, casi nunca, sirven más que para tener algo de qué hablar en el desayuno. Más impuestos, para nosotros, más fiscalidad, para nosotros y siempre, siempre «un poco de azúcar», al más puro estilo Mary Poppins para que pase mejor la píldora. Lo que no va a pasar, de ninguna manera, es el tren gratis por Mijas, ni por Motril, ni por El Ejido y tampoco por Chiclana, poblaciones de más de 50.000 habitantes a las que es imposible ir en tren, como tantas en la España vaciada o no vaciada.
Confieso que la medida de los trenes gratis me hizo gracia, al principio, me indignó un poco más tarde, y al final, me dejó indiferente, sobre todo después de ver que ni ellos mismos saben cómo aplicar la gratuidad, ni dónde, ni para qué. El chacachá del tren lo guardo en el mismo cajón que el bono cultural que aún no han recibido gran parte de los jóvenes a los que se les prometió como regalo de cumpleaños en su mayoría de edad, y con los cien euros de propinilla de las becas de estudio. El primero que los vea, que avise.
A mí no me tocan ni el bono cultural ni la propina, tampoco el tren. Bueno, me toca el mismo tren que a usted, el que nos toca a los que pagamos religiosamente los impuestos que quieran imponernos, el tren de los escobazos, que ese sí que llega a todas partes.
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