tribuna abierta

El vasco en Sevilla

Hay gente que tiene clarísima su identidad y la defiende y contornea como si fuera una baldosa de la que es imposible salir

No somos tan distintos. Nos ponemos a charlar con alguien de la familia y nos vamos actualizando. Le explicamos que el niño se casa pronto y que la pequeña se fue de Erasmus. Pero llega ese tema delicado que nos afecta, y ante la confesión ... del problema o de la circunstancia sensible, todos bajamos la voz y hablamos en otro tono. Son nuestras cosas y las decimos en la intimidad del lenguaje compartido.

Un franciscano nacido en Vizcaya en 1468 hizo eso mismo que haríamos nosotros, pero por escrito. En una carta enviada desde México a España en 1537, se puso a contarle a su hermana Catalina que quería fundar una hospedería de franciscanos en su tierra natal, le dice que le va a enviar con la carta algunos regalos: dos indios, frutas raras y lo que él llama «gallinas de la tierra» que son seguramente pavos, un animal desconocido entonces en Europa. La misiva es una carta más que él ni siquiera escribe de su mano sino que dicta en castellano a su secretario. Pero llega el final y la carta deja de ser dictada, el franciscano toma la pluma y se pasa al euskera para contarle a su pariente las cosas que hay en toda familia: le da consuelo por los disgustos que tiene con los hijos, le comenta cosas sobre el dinero que le presta y el ajuar de las sobrinas. No, no somos tan distintos. Todos cambiamos la voz cuando toca hablar de cosas delicadas.

De ese franciscano conocemos toda su trayectoria pública, que cualquier enciclopedia cuenta con detalle. Cuando visité la catedral metropolitana de Ciudad de México, viendo bajo el edificio la llamada cripta de los arzobispos, el guía nos subrayó todos esos méritos: «Miren, les muestro ahorita la tumba principal, que es esta, la de fray Juan de Zumárraga, fue muy longevo y pasó los últimos veinte años de su vida acá y está enterrado aquí no más; fíjense que él fue el primer obispo de la diócesis de México y que bajo su mando se funda la primera capilla que en México se alzó en honor a nuestra señora la virgen de Guadalupe y llegó a ser el primer arzobispo de México pero murió por paperas en 1548 antes de que le llegase el nombramiento». Y ya antes de girarse y seguir contando sobre otros ilustres enterrados, el guía dijo de pasada: «Y fue quien trajo la imprenta a México». Sonreí. Dentro de esta frase final estaba resumida mi conexión sevillana con el franciscano vetusto. Porque este vasco que ejerce en el Nuevo Mundo se lleva a México la imprenta a través de una filial del taller hispalense de Juan Cromberger, y al cargo de ella se pone Juan Pablos, nombre hispanizado del lombardo Giovanni Paoli, que deja entonces Sevilla para vivir en México.

Y todo eso que en vida protagonizó Zumárraga lo hizo sin saber que en los años 70 del siglo XX, mucho después de su fallecimiento, alguien descubriría la carta personal que en 1537 él le mando a su hermana y reclamaría el documento como lo que es: el primer texto largo conservado en euskera. El yerno de Catalina usó una copia de esa carta manuscrita en un juicio a propósito de las casas que fray Juan había donado para la hospedería franciscana, y la carta con sus fragmentos en vasco quedó guardada como prueba entre los papeles del pleito en Sevilla, la ciudad en cuyo puerto embarcó Zumárraga en 1528 y de la que salió la imprenta mexicana cuya fundación él promovió. La carta de Zumárraga se custodia en nuestro Archivo General de Indias, la institución que con tanta capacidad dirige Esther Cruces.

Este tesoro de nuestro patrimonio me vino a la mente ayer, al leer que se había publicado una oferta de empleo para reclutar camareros que atendiesen a la afición del Athletic Club de Bilbao en la final de la Copa del Rey en la que, inicialmente, se demandaba como condición saber euskera, la lengua que se alternaba con el castellano sin mayor problema en la carta de Zumárraga.

Hay gente que tiene clarísima su identidad y la defiende y contornea como si fuera una baldosa de la que es imposible salir. Y eso funciona bien con las adhesiones deportivas: uno es del Athletic Club de Bilbao o del Real Club Deportivo Mallorca del principio a fin de su vida, y no hay más que hablar. Pero vivir es también integrar la propia identidad con la ajena, adaptarnos y salir de la baldosa, asumir que no somos el fruto de un solo lugar. Gente que ha pisado baldosas de mil sitios distintos nos ha regalado nuestro patrimonio histórico y lingüístico; por eso acabo este texto como lo empecé, diciendo que no, que no, que no somos tan distintos.

SOBRE EL AUTOR
lola pons

Catedrática de Lengua Española, Lingüística y Teoría de la Literatura

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