sevilla al día

Sin niños, no hay paraíso

Además de razones económicas, hay una cultura individualista que está hundiendo también la natalidad

El titular invita a salir corriendo sin cerrar la puerta: En Sevilla hay más perros censados que niños. Vaya por delante, para aquellos que afilan la guadaña sin leerse ni siquiera el primer párrafo completo del artículo, que ésta que escribe tiene el cuadro completo: ... dos niños y dos perros. Admito, además, que entre mis pequeños ha habido intentos fracasados de colar en casa algún hámster o conejo y abrir por derecho una suerte de Arca de Noé en el jardín. En definitiva, que de alergia a los animales no va esto.

El aumento de hogares con mascotas pero sin prole, más allá de la anécdota, nos pone de nuevo delante del principal problema que tiene la sociedad española. Esto no se circunscribe a Sevilla ni mucho menos. La natalidad está cayendo en todos los rincones del país, con más o menos intensidad, y las consecuencias ya las estamos sufriendo con el cierre de aulas en colegios que no llenan sus pupitres o las señales preocupantes que está lanzando una hucha de las pensiones a la que no le llega un caudal permanente de aportaciones que dé tranquilidad a los contribuyentes de las próximas décadas. Un país sin relevo generacional, es un país incapacitado para el progreso y el bienestar; un estado fallido donde sus habitantes no tienen las ganas ni los recursos para multiplicarse.

Pero vayamos ahora con las causas de la sustitución del perro por el bebé. De primeras es innegable que la situación socioeconómica de los jóvenes no favorece. Con trabajos precarios e inestables, la decisión de ser padres se va postergando hasta que se llega a la edad límite, cuando el reloj natural inicia la cuenta atrás y las probabilidades de procrear se reducen drásticamente.

Pero no son sólo las razones económicas las que están hundiendo el número de nacimientos. Hay una cultura apegada al individualismo que preconiza el bienestar del individuo por encima de todo. El 'yoismo' vive un momento de máximo esplendor avivado además por la cultura del exhibicionismo en redes sociales. Mire a su alrededor y seguro que encuentra más de un caso que podía tener hijos, con más o menos apreturas, pero que ha descartado tenerlo por comodidad, porque le horroriza la pérdida de libertad individual que conlleva la crianza...porque a final de mes prefiere gastarse los cuatro cuartos que le queda en salir con los amigos o realizar alguna escapada que quedarse en casa haciendo papillas.

Antes había cierto tabú a reconocer que los niños le incordiaban a uno. Ahora se levantan hoteles, se habilitan vagones de tren y se abren restaurantes donde los pequeños son vetados y los canes bienvenidos. Me alegro por la cultura del respeto a los animales, pero miro a mis dos chuchetes y no sé cómo narices me van a pagar la pensión.

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