sevilla al día
El espejo de la madrastra
La Semana Santa vivida sólo nos ha mostrado lo que el día a día nos cuenta de una sociedad donde la educación y el respeto son valores en decadencia
A la madrastra de Blancanieves, su espejo le engordaba el ego a diario hasta que un buen día la verdad era tan clamorosa que fue imposible ocultarla. A partir de entonces ya saben ustedes el mosqueo que se pilló la buena señora y cómo se ... desencadenaron los hechos que narraban los hermanos Grimm. Pues algo de espejito, espejito ha tenido esta Semana Santa que se nos acaba de ir sin que nos duelan los pies. Las críticas son más sonoras que las alabanzas por las conductas vividas y sufridas en la calle o las decisiones incomprensibles de algunas juntas de gobierno. Pero todo esto no es fruto de una celebración en crisis, ni se acerca el final de los tiempos. No seamos apocalípticos y mirémonos más a nosotros mismos.
En los últimos días hemos visto un reflejo que no nos gusta nada, pero que es la pura realidad. Como el espejito del cuento nos ha mostrado los rasgos de una sociedad esforzada en enseñar derechos, relativizando el cumplimiento de deberes. Una sociedad caprichosa, individualista y cada vez menos empática que si no tiene su café a tiempo, su marchita en la esquina deseada o le toca esperar más de 10 minutos de pie, patalea, pierde los papeles y le grita si hace falta a un Cristo reclamando sus derechos de capillita hortera. Y le da lo mismo que sus acciones tengan consecuencias porque el yo, mi, me se antepone a todo.
Los pedagogos hablan del síndrome del niño emperador para describir a los pequeños que crecen sin límites y en un entorno que se pliega siempre a su voluntad. Cuando no salen las cosas como quieren, la falta de costumbre les lleva incluso a ejercer la violencia en respuesta a una frustración desconocida.
Los expertos llevan tiempo alertando también del consumo excesivo y a edades muy tempranas de contenidos en internet nada apropiados, los cuales ayudan a construir individuos que se mofan del diferente, que disfrutan con el sufrimiento de otros, que viven pendientes de un mundo virtual cargado de mentiras.
Los buenos modales, la educación, el respeto son valores en decadencia frente a la ansiada popularidad, el culto patológico al cuerpo o el éxito a cualquier precio. Es la sociedad de la inmediatez, de lo zafio en 'prime time' y haciendo bolos millonarios por las discotecas; del exhibicionismo grotesco y temerario que persigue el reconocimiento para alcanzar el olimpo de los 'influencers'. Un ascensor social sin teclas que pulsen el esfuerzo y el compromiso. ¿Que toda la sociedad no es así? Obvio, váyase usted a una casa hermandad entre semana y lo comprobará. Pero no se extrañe si la otra fauna puebla la bulla. Somos lo que somos.
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