Nada más que añadir
El riesgo de empacho con tanta cofradía en la calle coexiste con la indiscutible fiebre capillita que vacía las taquillas a lo Rolling Stones
'Se regala silla'. La simple formulación del anuncio que circula por los grupos de whatsapp acompañado de su correspondiente letra negrita -porque la silla hay que apoquinarla, nada de gesto desprendido- invita a echarse unas risas y después acostarse para no levantarse. En apenas ... cuatro horas se vendieron las localidades para ver el espectáculo previsto en el puente de diciembre sin cansarse. Tras la efímera apertura de la taquilla, lo siguiente fue que se disparara la reventa como las tardes soñadas de la Maestranza. La expectación por no perderse la Magna desborda el interés suscitado en Sevilla. En provincias vecinas como Huelva, las cofradías locales están organizando excursiones para asistir al evento cofrade del año.
Tal es el interés que una se replantea si su hartazgo por ver tanta procesión en la calle a lo largo de los 365 días es cosa de la edad. Llegados a este punto, me refugio en las palabras que dejó plasmadas hace unos días mi admirado Ignacio Camacho en las páginas de este periódico en las que pedía hacer una reflexión colectiva sobre los riesgos de banalización mientras transitamos por una Semana Santa perpetua. No sabemos si esas decenas de miles de personas que hicieron en los últimos días cola virtual le prestarán atención alguna a lo que se diga en el Congreso Internacional de Hermandades, que es el germen de lo que se avecina; lo que es seguro es que a estas alturas del calendario son de sobra conocidos los rincones que enmarcarán las fotografías inéditas del discurrir de unos pasos por lugares y horarios desconocidos. Esquinas de esta Sevilla nuestra que espero que no se transformen en 'fan zone' capillita donde se riñe a la banda si no toca lo que uno quiere o se jalea al cuerpo de costaleros para que se mueva por derecho: «Que para eso lleva uno esperando aquí media vida». Hombre por favor, con el santísimo derecho a la rabieta nos hemos topado.
El riesgo de empacho con tanta cofradía en la calle coexiste con la indiscutible fiebre capillita que vacía las taquillas a lo Rolling Stones. Eso es innegable. La Iglesia sabe que en la devoción popular reside quizás el último gancho que les queda con capacidad para atraer a fieles que llenen un rebaño en horas bajas. Pero también es incuestionable que mientras se montan campamentos en la calle para ver pasar un paso, el sacerdote oficia misa cada vez más solo. Si repasamos el número de bautizos o de matrimonios religiosos que se celebran al año en una ciudad como Sevilla, mariana por naturaleza, la conclusión no puede ser otra que la devoción popular y la religiosidad se divorciaron hace tiempo y no cabe reconciliación alguna. Y si usted es de los que piensa huir de Sevilla en el puente, no se apure, no está solo.
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