Yo también
La gente, su gente, lo jaleaban al grito de independencia, independencia, independencia. Y él, Carod Rovira, levitando de placer político y disfrutando de las dulces convulsiones de su orgasmo electoral, les contestaba: que sí, que sí, que se enteren en Madrid. En Madrid no se. Pero en Andalucía nos vamos a enterar. Nos vamos a enterar de lo que vale un peine independentista catalán. Antes de lo de la independencia, Carod Rovira se había pegado casi toda la campaña electoral gritando que Cataluña necesita un concierto. Un concierto con chistu y tamboril. Un concierto económico con letra y música de inspiración aberchale. Un concierto que maneje dinero, fiscalidad y gestión financiera. O sea, como Luxemburgo. El sueño es Luxemburgo. O Vitoria. Ibarreche, el gran magnate de las lavanderías del norte, lo felicitó como un hermano. Y como un hermano satisfecho y honrado proclamó Rovira el saludo del lendakari a los cuatro vientos. Rovira quiere convertir a Cataluña en Luxemburgo. Y yo también. Yo también quiero que Andalucía sea la Cataluña feliz que sueña Rovira con el concierto.
Pero aquí de conciertos andamos como el Maestranza, tan cortos tan cortos que hasta ha desaparecido el francés que dirige a la orquesta. Los únicos conciertos que nos quedan los dan las bandas de cornetas y tambores de los niños que le ponen música a la pasión andaluza por primavera. Rovira sabe muy bien lo que pide y por qué lo pide. No está pidiendo otra cosa que lo que ya sabe y disfruta el pueblo vasco en clarísimo agravio al resto de España. Cuando usted compra en Eroski una botella de aceite andaluz debe saber que el beneficio de la venta tributará en Vitoria gestionado por los chicos independentistas de Ibarreche y hasta es posible, en esas piruetas irónicas que dibujan los privilegios del concierto vasco, que esa misma empresa se haya beneficiado antes de subvenciones facilitadas por el gobierno autónomo andaluz, con dinero andaluz, por establecerse en Andalucía. Como Eroski puede ocurrir con algunas de las empresas del sector aeronáutico que se vayan a establecer en La Rinconada. Empresas catalanas que desembarcarán ahí al lado para trabajar en el ensamblaje del A400M. Con el concierto de vamos a llevarnos lo que tengamos que llevarnos en nombre de San Jordi, se enriquecerán más y nosotros, como siempre, seguiremos encantados de ver cómo se hacen más ricos los que ya lo son gracias a que nosotros no lo seremos jamás.
¿Y seremos capaces de aguantar los españoles de segunda que amamos este país sin más reciprocidades que un secular desdén y olvido; seremos capaces, digo, de aguantar el concierto vasco y el presumible concierto catalán? ¿Qué tocaremos la periferia en el caso de tener que soportar otra embestida fiscal y financiera como el concierto vasco? Nos lo podemos imaginar. Tocaremos las palmas en nuestras casetas para recibir y homenajear a los ejecutivos de las empresas que se lo llevan en La Rinconada o en la Costa del Sol; tocaremos el tambor y las cornetas para enseñarles a los que nos mangonean la pasión andaluza, que mire usted por dónde, no la veo yo tanto arriba de un paso como en el calvario político de nuestras cajas de ahorros; tocaremos las migajas de un reparto presupuestario que, esté quien esté en Madrid, siempre es más generoso con los territorios que antes se declaran independentistas que españoles, hasta el punto de que a uno le dan ganas, muchas ganas, de imitar a Carod Rovira y reivindicar también para Andalucía el papel de Luxemburgo. Antes Luxemburgo que México. Antes Els Comediants que Cantinflas, que es el papel que parece que nos va a tocar interpretar viendo tanta solidaridad en Vitoria, Barcelona y Madrid con el autismo vergonzante de San Telmo. Un territorio que produce mariachis para la telebasura y plusvalías generosas para los que sostienen que en su casa sólo caben los nacionalistas y en la de los demás mandan y se guardan las llaves.
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