Suscríbete a
ABC Premium

Satisfecho

Tengo al más pequeño de mis hijos, Antonio, sentado mirando mientras escribo esta columna. Tenía pensado desarrollar un tema que en nada se parece a éste, pero pienso que no sería posible encontrar mejor oportunidad y momento para deciros lo que ahora estoy pensando. Creo que soy un hombre afortunado y sólo puedo darle gracias a Dios por todo lo que me da continuamente.

En la vida de todo hombre existen días buenos y otros en los que un nudo en la garganta lo atenaza de tal forma que bien le parece poder morir ahogado por el agobio y la angustia. No soy marciano y de todo pasé por mi existencia, pero puedo compartir agradecido, con todos vosotros, que inmensas fueron las luces y pocas, muy pocas, y casi todas justificadas, las sombras. Quiero compartir hoy la inmensa dicha que disfruto por tener y contemplar a cada uno de mis hijos. Antonio ha tenido clase, dignidad, esfuerzo y tenacidad suficientes como para saber aprovechar la fenomenal docencia impartida por sus profesores y poderse presentar ante sus padres con unas calificaciones de fin de curso en las que no hay ningún suspenso, no porque sean aprobadas ni notables sino porque todas, absolutamente todas, son sobresalientes. Dios le bendiga y a quienes han hecho posible estos resultados.

Pero también ha de saber compartir con su padre la alegría, satisfacción y orgullo por tener los hermanos que tiene, que son mejores de lo que yo fui en todos los sentidos. Jaime, segundo en edad comenzando por el más chico, ha sacado idénticas calificaciones que el benjamín, de tal manera que sólo hay escrito en ellas, sea cual sea la disciplina o asignatura a la que se refieran, la palabra sobresaliente. Y bendito ha de ser él, también, así como los profesores que lo están formando. Si Antonio tiene doce para trece, Jaime tiene catorce.

Sin embargo, los dos conocen que tuvieron fenomenales referencias donde contemplar qué es cumplir y en qué consiste llevar a cabo sus obligaciones. Eduardo, el siguiente en orden ascendente, acaba de terminar brillante y totalmente el tercer curso de ICADE 3 -que no es moco de pavo- y Javier, primogénito y cruz de guía, puede decir a pleno pulmón que entra, siempre sólo si Dios lo quiere, en el último y definitivo curso que le supondrá el doctorado en ingeniería industrial. Cuatro maravillas de alguien que sólo sirve para limpiarse la baba cuando ve a cualquiera de sus cuatro hijos. Porque ellos han de saber que han sido y son mucho mejores que lo fue su padre. En sabiduría, bondad, constancia y espíritu de sacrificio. En todo. Para ellos escribo hoy y ahora esta columna.

Esta funcionalidad es sólo para suscriptores

Suscribete
Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación