Pandemia nihilista
El nihilismo tiene rostros menos virulentos como el hastío político, la disidencia cívica o la indiferencia social
![Imagen de las recientes protestas en Santiiago de Chile](https://s3.abcstatics.com/abc/sevilla/media/opinion/2019/11/03/s/proestas-chile-pinero-k7KB--1200x630@abc.jpg)
En el lapso de una misma semana todos pudimos ver feroces estallidos de violencia urbana en Barcelona, Quito, París, Santiago de Chile y Hong Kong, en los que los enfrentamientos contra la policía y la destrucción indiscriminada no parecía seguir ningún programa revolucionario sino más ... bien el guión de una «performance» o los movimientos de una coreografía, donde el acto destructor y la necesidad de documentarlo con las cámaras de los móviles le daban al vandalismo un siniestro aire de videoclip. Para colmo de males, como los propios medios de prensa eran víctimas de agresiones, los telediarios abrían con imágenes proporcionadas por los mismos violentos, convirtiendo así la violencia en un acto narcisista.
En más de uno de sus ensayos —pienso en «La salvación de lo bello» (2018) o «En el enjambre»— el filósofo coreano Byung-Chul Han ha tratado de dilucidar fenómenos como el auge de una inédita estética de la violencia potenciada por las redes, donde incluso es posible que el «turista» digital clique «me gusta» sobre la imagen de un herido, una trifulca o un incendio. Ese nihilismo violento y destructor es la consecuencia más grave de un fenómeno que también tiene rostros menos virulentos como el hastío político, la disidencia cívica o la indiferencia social. El violento sale a destruirlo todo, pero en el otro extremo del arco nihilista puede haber alguien que ni siquiera desea votar. Por eso el nihilismo se ha convertido en una pandemia.
El profesor Javier Alés Sioli —especialista en Mediación— cree que por primera vez los otrora sólidos reductos familiares han sido infectados por el caos circundante, erosionando los vínculos filiales, conyugales y fraternales, pues los nuevos conflictos le sorprenden porque por primera vez se aprecian tendencias nihilistas: que nadie se beneficie, que todo se pierda, que todos se jodan. Esto ya no tiene nada que ver con la «Modernidad líquida» (1999) de Bauman, sino con «La sociedad del cansancio» (2010) de Byung-Chul Han, quien sostiene que vivimos en una sociedad del rendimiento que nos insufla una falsa sensación de libertad que nos insta a autoexplotarnos de forma consciente y soberana hasta convertirnos en «zombis de la salud y del fitness, zombis del rendimiento y del bótox». El Forrest Gump de «La sociedad del cansancio» es un trabajador quemado que piensa que no ascenderá más, que no disfrutará de una pensión y que sólo le dejará a sus hijos una herencia de deudas, mientras corre durante años sobre la cinta infinita de un gimnasio.
¿Cuántas veces hemos acudido a las urnas desde 2015 entre generales, europeas, municipales y autonómicas? Parte del nihilismo que nos aqueja nace de la persuasión de habernos instalado en un bucle que nos condena al caos y al aburrimiento.
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