TRIBUNA ABIERTA
La imaginación del mundo
El verdadero arte surge por apego a la vida. Lo demás no importa
![Paco Pérez Valencia: La imaginación del mundo](https://s2.abcstatics.com/abc/sevilla/media/opinion/2021/09/09/s/imagen-picturas-arte-kJUD--1248x698@abc.jpg)
¿Y si no fuimos nosotros? ¿Y si fue el mismo mundo? El mundo, un ente único, generador de vida, un ser que respira, que sueña, que resiste, capaz de brindar la energía necesaria para la existencia entre todas las estrellas y galaxias que desconocemos. ... El mundo, ese del que formamos parte, del que somos custodios, no dueños, es un ente vivo, con océanos y masas de tierra que se transforman constantemente, cielos cambiantes y volcanes, tiempos extremos o dóciles, hostil y paradisíaco, cielo e infierno, ambas cosas juntas, con suficiente poder como para producir una energía extraordinaria que lo hace existir colmado de contradicciones, entre los que estamos nosotros. Desde ese pálido punto azul en medio de la inmensidad, desde que tenemos consciencia del tiempo, se ha estado lanzando a todo el espacio negro algo poderoso e invisible, inquebrantable, infatigable, fugaz y permanente en su más fascinante contradicción, una energía todopoderosa proveniente de lo generado por unos infinitésimos detonantes, surgidos desde dentro, pequeñas explosiones como el amor, la emoción, el arte, la sensibilidad, el deseo… que provocaban tal fuerza natural que es imposible que no haya viajado y propagado más allá de nuestro entorno.
Cada poema, cada sensación agradecida ante una obra artística, cada abrazo verdadero, cada beso intensamente único libera esa extraña fuerza de vida, energía vital que acaricia todo a su paso transformándolo. Una fuerza más poderosa que cualquiera de las que hemos estudiado y creemos conocer más allá de la misma física. Algunos millones de personas, ocupantes ocasionales de ese pálido punto azul en medio de la inmensidad y durante su corta existencia en la historia de los océanos negros de galaxias, han procreado una ingente cantidad de energía en cada encuentro que surgió con la belleza, en cada descubrimiento de lo único, que aparecía como una revelación, sin control, e impregnaba todo en su esparcimiento. Cada verso que cala en un solo corazón, cada pieza sonora llegada al fondo de nuestro ser, cada trazo desigual y extraordinario dibujado para siempre en nuestros ojos, provocaba un manantial de energía que no solo se quedaba aquí sino que también volaba al cosmos en cuerpo de ondas, como espíritus, en la estela de cometas, entre las lunas y planetas, arena cósmica imperceptible, pero real. La humanidad se expresa y el mundo exhala.
¿Y si fue el mundo el que impulsaba esta energía a través de sus átomos y moléculas, personas de toda índole, iguales pero únicos? La excusa fue el amor, el arte, la emoción sincera. Así, mucho de aquello que emana de cada encuentro que se nos entregó como un regalo de vida se esparce constante como un aroma imperecedero. La vida irresoluble que contienen todas las páginas de Si esto es un hombre; la emoción inefable de la muerte por felicidad del fiel perro Argos al regreso de su amo, Ulises, veinte años después, en el canto XVII de la Odisea; la pérdida de Héctor, el guerrero que más se señalaba entre los troyanos, príncipe de Ilión, hombre cierto frente al semidios Aquiles, en el poema cantado XVII de la Ilíada; El hombre que camina sin esperar un destino después del siglo más cruento; cualquiera de las Variaciones Goldberg presentidas como una oración al buen Dios; el Nº 6 (Amarillo, blanco, azul sobre amarillo con fondo gris) cuya luz es capaz de mostrar el principio del mismo mundo o la soledad libre de Mersault, en El extranjero... Cada instante era suficiente. Bastaba uno solo de nosotros para sentir la dicha de agradecer la vida ante la belleza incomprensible del Arte, entre todo el dolor, entre todo el daño, depredadores de nosotros mismos, y esa era una energía extrañamente viva, lo suficientemente poderosa como para rebasar los límites de un leve sistema solar, tan insignificante como un suspiro entre los confines de un océano poderosamente negro.
Lanzamos las ondas espaciales Voyager I y II, que viajan más allá de las fronteras de nuestro sistema solar con el mensaje más importante del mundo que conocemos y que dice todo lo que amamos y quiénes somos. No hay en este mensaje referencias al Holocausto, ni la inhumanidad de la que somos capaces, ni todo el dolor infligido; decidimos contar lo mejor de nosotros y por eso, llevan consigo a un Glenn Gould sumamente elegante; sonidos de una lluvia silente y las ondas cerebrales de una Anne Druyan de veintisiete cándidos años, una mujer enamorada. El mensaje más importante jamás contado es una historia de amor.
Cada uno de nosotros, hacedores y receptores de ese esplendor, ha sido un motor de inducción desde que nacimos hasta que morimos, reconvertidos igualmente en esa fuente de energía que se propaga. Somos nosotros. Pero es el mundo el que nos impulsa respondiendo a nuestras preguntas.
En esto ha tenido mucho que ver el Arte. Hablo de las excepciones que fuimos capaces de hacer en el nombre del mundo. De obras con suficiente vida como para conectar con otras en la historia de los tiempos. Obras que esperan ser contadas por otros, el mismo relato, el mismo miedo, la misma fe, con otros cuerpos. Desde siempre nos movió el mismo deseo. El primer trazo en la pared de una cueva hecho con intención ya estaba bañado por ese deseo: sentir la existencia. Así fue aquel día y así sigue siendo hoy. Siempre ha sido así. El verdadero arte surge por apego a la vida. Lo demás no importa. Por eso, al mirar atrás, no es difícil descifrar las derivas de aquellos deseos. Los verdaderos motivos. Es lo que nos ha mantenido curiosos, pensantes, debatientes. Es lo que siempre nos importó: la muerte, la vida, la inmensidad, el viaje, la gran belleza, el daño, el dolor, la furia, el amor.
Es una (otra) historia del Arte. Una historia de la imaginación del mundo. Esta es su historia.
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