TRIBUNA ABIERTA
Fenomenología del mal
El mal ha suscitado siempre una suerte de vis atractiva y fascinante
![Miguel Polaino-Orts: Fenomenología del mal](https://s2.abcstatics.com/abc/sevilla/media/opinion/2022/02/10/s/imagen-tribuna-kTmE--1248x698@abc.jpg)
In memoriam Ismael Yebra,quintaesencia de la bondad
EN uno de sus postreros ensayos, titulado ‘El mal es’, escribía George Steiner: «¿Qué es nuestra historia —desde el asesinato de Caín hasta los hornos de gas y la incineración nuclear—, sino la crónica de lo inhumano?». ... Y concluía, sentencioso: «Citar la frase ‘el hombre es un lobo para el hombre’ (…) es insultar a los lobos».
Desde los orígenes de la humanidad ha existido una interacción funcional entre el ser humano y el mal, que se vale, en su malévolo proceder, de instrumentos como el terror, la violencia o la crueldad. Caín —el primer hombre concebido fuera del Paraíso—, hijo de Adán y Eva, mató a su hermano Abel guiado por ansias irrefrenables de celos y agresividad. Desde entonces, no hay época histórica en la que se haya prescindido del mal como medio de atemorizamiento o de dominación. La historia de la humanidad es la historia de su crueldad, de suerte que, paradójicamente, definimos lo humano mediante su concepto antitético: lo inhumano. El bien exige el mal, como la belleza, la maldad, o como la noche, el día.
El mal, ese concepto tan inaccesible como misterioso, ha suscitado siempre una suerte de vis atractiva y fascinante. El filósofo José Antonio Marina, en Biografía de la inhumanidad, ofrece recientemente la historia de la crueldad, la sinrazón y la insensibilidad humanas, y el criminólogo Vicente Garrido Genovés, que inauguró días pasados el Máster de Penal de la Hispalense, nos ilustra en True Crime sobre la fascinación del mal.
Varias características definen el ejercicio del mal en la actualidad. De un lado, la visibilización del terror, que ha pasado de ser un concepto clandestino, ejercido en la clausura de la privacidad, a un «espectáculo público», al asesinato como espectáculo: ejemplo paradigmático de esta filosofía visibilista es el atentado del 11-S, que expresa un hiperrealismo de la violencia escenificada, no sólo en la ficción de las películas snuff, sino en una verdadera —y dramática— ‘realidad-horror’. De otro, la familiarización con el mal, en el doble sentido de que el ser humano se ha acostumbrado tanto a ejercerlo como a padecerlo. Finalmente, la trivialización del mal, en tanto que su difusión globalizadora ha generado la ‘banalidad del mal’, para decirlo en palabras de quien hubo de sufrirlo en sus propias carnes: Hannah Arendt.
El interés por explicar el origen del mal no es tarea nueva. No se trata sólo de hallar la genealogía de la violencia —del crimen imputable a un sujeto responsable— sino de la existencia del terror, in genere, del mal inserto en el diario vivir. Su enigmática fenomenología ha encontrado asiento en mitos y leyendas, estudiadas por las religiones, la literatura o la filosofía. En ese inmenso mar navega el erudito José Antonio Gómez Marín en un libro reciente, cuya lectura resulta tan pedagógica como ilustradora: La apuesta de Dios (Renacimiento, Sevilla, 2021), que quintaesencia en el subtítulo su apasionante exposición: ‘La aporía del mal y el mito de Job’.
De entrada, Gómez Marín —discípulo del profesor José Antonio Maravall y profesor él mismo, largos años, de Sociología de la Religión en la Complutense— confiesa que su «vehemente interés por el Mal es el propio de un lector sensible del siglo XXI». Pero esta declaración de principios, lejos de circunscribir su relato a la manifestación postmoderna del mal actual, le hace bucear, de acuerdo a su firme formación humanística y teológica, a través de la historia, la literatura, la filosofía y la religión, a través de un mito, el de Job, que representa como pocos «el supremo enigma del destino humano», la «razón de la esperanza», «el diálogo de la Trascendencia», en suma: a través de una hermosa alegoría acerca de la capacidad de resistencia del hombre frente al dolor terrenal.
Gómez Marín analiza el mito de Job y su origen popular como cuento en Egipto, luego reeditado en otras culturas, y se detiene en Job como ‘prueba’, en su teorización como ‘poema’ y en su virtualidad como mito, que «reduce a teorema el enigma del Mal», para decirlo con las palabras de Alonso Schökel y de Sicre.
El resultado es un apasionante y amenísimo relato a lo largo de muchos siglos de evolución cultural y teológica. Un libro que, a pesar de sus innumerables referencias eruditas, no se pierde, parafraseando a Rudolf von Ihering, en «el cielo de los conceptos» teológicos sino que desciende a la realidad de los problemas terrenales: un texto —vibrante, apasionante, conmovedor— que nos da la medida exacta de los límites del sufrimiento, el dolor y la crueldad humanas. Un texto, en fin, insubstituible, imprescindible, para bucear en los límites de la maldad.
A mediados del siglo XVIII, el rey Federico II de Prusia manifestó su molestia por la propiedad de un molino en manos de un modesto súbdito de Potsdam que le entorpecía la visión de su grandeza. Pretendió, por medios expeditos, despojarle de su propiedad. Se resistió estoicamente el modesto propietario frente al poder real, hasta que hubo de acudir a la justicia ordinaria de la capital, que terminó por darle la razón. El molinero, al cabo del litigio, exclamó: ¡aún quedan jueces en Berlín! Esa frase ha quedado —David frente a Goliat— como esencia de la resistencia frente al poder omnímodo. Ahora, al cabo de los siglos idos, podríamos repetir, a la vista de este libro estupendo, que aún quedan pensadores en el Reino. Y —además— de la pertinacia, minuciosidad y clarividencia del erudito José Antonio Gómez Marín en este texto tan sorprendente como admirable.
Miguel Polaino-Orts es profesor de Derecho Penal y vicedecano de Derecho de la Universidad de Sevilla
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