Los matices del éxito
Poco antes de la Cumbre de Sevilla almorzaron en el Ayuntamiento hispalense el alcalde de la ciudad anfitriona, Alfredo Sánchez Monteseirín, y el ministro del Interior, Mariano Rajoy. Planeaba en el ambiente la preocupación del Gobierno por el apoyo que las instituciones socialistas andaluzas estaban dando a la huelga general en vísperas del acontecimiento europeo. En los brindis, Monteseirín alzó su copa y brindó por la seguridad de que tanto la huelga como la Cumbre iban a ser un éxito. Entonces, Rajoy sacó toda su cachaza gallega para poner los puntos sobre las íes:
-¿Me puede usted explicar qué significa exactamente que la huelga sea un éxito?
Pasada la semana crucial del 20-J, quizá se pueda colegir que el alcalde sevillano llevaba cierta razón. La palabra éxito es muy ambiciosa, pero desde luego en el aspecto organizativo la Cumbre ha salido a plena satisfacción, y sólo la obligada óptica de oposición de los socialistas puede calificar de fracaso los acuerdos logrados en el plano comunitario. Hasta las movilizaciones de los antiglobalización han resultado festivas y pacíficas, y la seguridad que ha rodeado Sevilla -con amplias molestias para los ciudadanos- ha sido tan eficaz que ETA tuvo que irse a la costa con su macabro cargamento de dinamita móvil.
Otra cosa es que la huelga general haya sido un éxito para alguien en concreto, habida cuenta de su desigual incidencia, torpemente manejada por ambos bandos en busca de descalificaciones maximalistas del adversario. Pero el resultado del 20-J puede haber sido, al cabo, el más beneficioso para el conjunto de la sociedad española: un paro importante que muestra el descontento de un significativo sector social contra la soberbia política de Aznar, pero ni de lejos suficiente para que sindicatos y PSOE puedan sentirse respaldados por la mayoría en su evidente política de acoso y desgaste contra un Gobierno de legítima representatividad que está abordando importantes estructurales con amplio respaldo parlamentario y ciudadano.
Naturalmente, el éxito tiene muchos padres y la derrota es huérfana. Todo el mundo -incluidos los movimientos antisistema- se siente parte responsable del positivo desarrollo de la Cumbre de Sevilla, pero nadie quiere asumir su porción de castigo en la jornada de la huelga general que acabó siendo parcial, o desigual. La realidad es que ni el Gobierno ha salido tan desgastado como parecía por la escalada previa de acoso en forma de movilizaciones, encierros de inmigrantes y protestas varias, ni la izquierda ha perdido con estrépito el pulso que había lanzado sin calcular sus verdaderas posibilidades de ganar el envite.
En todo caso, es el Gobierno el que más reforzado ha salido, en la medida en que ha salvado con claridad la Cumbre y no ha sufrido un revolcón espectacular en la huelga. Sería, sin embargo, un grave error que Aznar aprovechara la limpieza con que ha atravesado ambos obstáculos simultáneos para tomar el éxito como un plebiscito bonapartista. La gente que paró el jueves tiene derecho a ser escuchada en sus razones y en su malestar.
Otra cosa es que también el Gobierno tenga derecho a pasarle el triunfo por la cara a quienes intentaron dar al traste, con evidente irresponsabilidad, con una oportunidad en la que se ponían en juego importantes intereses colectivos. Pero incluso esto ha de hacerse dentro de la convencionalidad del juego político y parlamentario, admitiendo con honestidad que las instituciones socialistas -en particular las andaluzas- azuzaron la huelga pero han respetado la Cumbre con exquisita escrupulosidad. El cuerpo social, sobre todo en Sevilla, ha estado más que nunca a la altura de las circunstancias, aguantando molestias más que notables y comportándose con civilizada rectitud incluso en sus manifestaciones de rechazo y protesta. Igual que era injusto darle una patada al Gobierno en el culo de las empresas y de los intereses nacionales del Consejo Europeo, resultaría desdeñoso pasarle a los ciudadanos descontentos la factura de los errores de los sindicatos y de una izquierda que no ha medido bien su verdadera fuerza representativa.
icamacho@abc.es
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