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LOS LUNES AL SOL

Los talibanes del integrismo neoliberal que despotrican porque el Gobierno ha rectificado la reforma del régimen de desempleo deberían emplear algo de su tiempo libre en acercarse una tarde a ver «Los lunes al sol», la desgarradora, lúcida y conmovedora película con que el brillante Fernando León de Aranoa ha triunfado en el reciente Festival de San Sebastián. Descubrirían allí, aparte de una excelente demostración de cómo se hace cine del bueno sin recurrir a artificiosos montajes de efectos especiales, una emotiva exposición, ajena a las habituales alharacas panfletarias y al ruido demagógico del sindicalismo barato, del drama humano que significa para muchas familias el desalojo de la sociedad laboral impuesto por la reconversión de la industria clásica y el triunfo de la lógica inmisericorde de los beneficios y la competitividad.

Al otro lado de las jubilaciones anticipadas, de los despidos masivos y otras medidas de «ahorro de costes» cada vez más frecuentes en un tejido empresarial dominado por las cotizaciones bursátiles en vez del antiguo imperio de la productividad; más allá de la durísima ley del dumping social de la globalización, que impone el sacrificio masivo de cientos o miles de trabajadores para salvar los beneficios del accionariado industrial, existe un complejo mapa de sentimientos, tragedias y desamparo que sólo puede mitigar la existencia de una red solidaria de asistencia y una cobertura digna de un Estado capaz de considerarse a sí mismo civilizado, moderno y democrático. Cuando eso falla, cuando la sociedad se desentiende de las víctimas del mercado y su implacable lógica de éxitos y fracasos, lo que queda es un universo de soledad, miseria, abandono y derrota, es decir, la ausencia de cualquier vestigio de humanidad, sensibilidad o cariño.

Ese reverso tenebroso de la España feliz, desarrollada y eufórica, es el eje de esta formidable película capaz de conmover, desde la ternura y un humor agridulce y compasivo, los resortes sentimentales del espectador más templado. Además de cine puro, cine hecho con las tripas, cine auténtico sin más trucos que el talento de un guión maravilloso y un infrecuente sentido de la narrativa visual, «Los lunes al sol» es un puñetazo seco en el pecho de una sociedad cuya confortable alegría colectiva se basa muchas veces en un sordo egoísmo ante el futuro de los perdedores y en el olvido evasivo de las víctimas de su propio desarrollo.

Hay mucho del mejor De Sica y del mejor Truffaut, del neorrealismo más generoso y del intimismo más profundo de la fecunda tradición del cine europeo, en esta cinta espléndida cuyo valor más intenso, sin embargo, está en la sacudida vigorosa de solidaridad que provoca en un público cuyas fibras íntimas zamarrea sin piedad a través de una historia de derrota social narrada sin una sola concesión a la demagogia. Una historia de parados sin otro horizonte que la rutina de los días cansinos o el desahogo inútil del alcohol, envuelta en un suave celofán tragicómico que, una vez rasgado, deja en el alma la insondable desazón de la injusticia y la incómoda cosquilla de la fractura del humanismo.

Quienes piensan que el malestar creado por esta recompuesta reforma del desempleo obedece tan sólo a una mentalidad fraudulenta apalancada en la cultura del subsidio y la pereza deberían acaso detenerse un momento a reflexionar sobre la dureza de ese estado de muerte civil que es el paro. Este lunes de otoño, bajo la luz aún dorada y tenue de octubre, puede ser un buen día, tan bueno como cualquier otro, para recordar que la molesta discordia del retorno semanal al trabajo constituye un privilegiado motivo de envidia para quienes, sin más perspectiva que la dolorosa rutina de una mañana al sol, sufren desde su ocio forzado la melancolía de un exilio laboral del que, encima, hay quienes quieren despojarlos de las migajas del consuelo.

icamacho@abc.es

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