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Es un libro Sevilla

Como un aquelarre es Sevilla en estos días. Como el infierno. El calor ha comprimido nuestros cuerpos, ha herido nuestra piel, como si el Hades se hubiera trasladado a orillas del Guadalquivir. Los políticos desprenden bonhomía intentando que las urnas se llenen con sus votos, pero dónde las propuestas atractivas. Dónde las alocadas ideas de otros tiempos, arriesgadas, y tal vez más atractivas por eso, ¿será el calor?

Los libros, por miles, se instalan en la Feria de la Plaza Nueva, como asustados, y los miles de personajes que campean por sus páginas salen del papel y buscan el frescor en un portal o bajo un naranjo achicharrado. Y algunos de ellos, de excelencia indudable, se han quedado a dormir en una nave de Valencina de la Concepción, porque Kafka nunca morirá. En las aguas humeantes del río, como caldo de brujas, muere un hombre. Y por si no tuviéramos bastante llega la maldición de Macbeth: miles de escoceses, sin encomendarse a las brujas, han volado a Sevilla como si en Glasgow (donde nació Ocnos, posiblemente el más emotivo libro jamás escrito sobre esta ciudad) se hubiera terminado la cerveza. Blancos, rubicundos, de cabellos verdosos, como su fresca tierra ya se nos fueron con los hombros socarrados... y quién sabe si con una nueva aventura amorosa que llorar en la distancia.

Frente al río, en ese teatro que últimamente parece sufrir también la maldición de Macbeth, la bellísima y encantadora, y avariciosa, Manon Lescaut morirá desterrada en el desierto, como el desierto, a algunas horas, parecen las calles de Sevilla. Pero en esas horas no os perdáis mirar su cielo, su indescriptible cielo.

La portada de la feria -la otra- aún exhibe su pesada arquitectura, escoltada por esqueletos de hierro incandescente, tras de la cual, envueltos por el calor bochornoso de la noche quién sabe si se esconden intercambios amorosos, trémulos de urgencia apasionada.

Y chapoteando los orines, que como regueros corren sin control por las aceras, un indio se pasea (¿?) Sí, un indio se pasea. Que sí, que un indio se pasea imperturbable. Y si extraño es el indio, aún más extraño me parece ese alemán que bajo el sol inclemente engulle una paella...

En fin que Sevilla es un libro, o muchos libros. Sólo es necesario que tus ojos la miren profundamente, profundamente; que la escarbes, la arañes, pues en cada casa, detrás de cada esquina un libro está esperando.

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