TRIBUNA ABIERTA
«Todos nuestros agentes están ocupados»
El problema de la telefonía de hoy es que con mucha frecuencia tenemos que hablar con una máquina programada para hacer de telefonista
![Juan Carlos Pérez-Lanzac: «Todos nuestros agentes están ocupados»](https://s2.abcstatics.com/abc/sevilla/media/opinion/2021/07/30/s/teleoperadora-llamadas-ocupados-koJC--1248x698@abc.jpg)
Esta frase la tengo metida en los tuétanos de mis huesos, como la mayoría de los españoles. Cuando era niño, allá por 1958 más o menos, yo vivía en un pueblo de Málaga que se llama Álora, un pueblo precioso, con una gastronomía magnífica. Es ... de origen árabe y su gente con un carácter entrañable. Es cuna del flamenco. De Álora salió Ángel de Álora, Diego el Perote, que es como nos dicen a los de Álora, y el Pibri, que continúa cantando. La reconquistaron las tropas de los Reyes Católicos, repoblándose años después con personas de Encinasola; los dos pueblos están hermanados y tienen la misma patrona, la Virgen de las Flores.
Por aquellos años no había medios de comunicación, la gente del campo se comunicaba soplando una caracola blanca, una vez consumida. Se limpiaba por dentro y por fuera, y en el extremo pequeño, se cortaba, hasta quedar un pequeño agujero, por donde se soplaba y producía un sonido con U. Tenían sus claves para comunicarse, había que tener arte y oficio para conseguir un buen sonido.
En las casas no había nada, solo los telegramas y cartas. Aparecieron los primeros teléfonos, pero hacía falta una centralita con una telefonista para realizar las conexiones. Los teléfonos eran todos negros, se colgaban en la pared y el audífono se colocaba encima. Cada teléfono tenía un número y para hablar con alguien se descolgaba el audífono, que era lo suficientemente largo como para ir desde la oreja a la boca. Al descolgar, se oía la voz de la telefonista, y se le pedía que le pusiera con el número deseado. Lo malo era cuando se quería hablar con alguien de fuera del pueblo, que se tardaba un poco, pero si se pretendía hablar con alguien de Madrid, por ejemplo, eso era una conferencia, y la telefonista advertía que podría tardar. Al cabo de un tiempo llamaba y decía: «Su conferencia con Madrid». El teléfono aportó mucho a la vida de las personas. Más adelante aparecieron los teléfonos con un círculo donde se veían los números, del uno al cero. Estos no se colgaban, se colocaban en una mesa. Para llamar, descolgabas y se marcaba el número, introduciendo el dedo índice en el agujero del número deseado y se hacía girar el círculo hasta el final, que normalmente eran de dos cifras. Salieron los teléfonos de mesa que tenían teclas para marcar los números. Y con los años fueron saliendo nuevos teléfonos más avanzados, como los llamados góndolas que era una sola pieza, el auricular, el círculo de los números y el micro para hablar, hasta llegar a la actualidad, en la que disponemos de toda clase de teléfonos. Los de teclas que eran fijos, los inalámbricos que están conectados al fijo y con los que se puede hablar desde cualquier sitio de la casa.
Las telefonistas desaparecieron y ahora impera el móvil, que se ha hecho tan imprescindible para vivir como si fuera parte de nuestro organismo, como el hígado o el bazo, porque ya no sabemos vivir sin él. Estamos todos adictos a los móviles, es una tragedia perderlo, su pérdida o rotura produce hasta ansiedad. El problema de la telefonía de hoy es que con mucha frecuencia tenemos que hablar con una máquina programada para hacer de telefonista.
Estos artilugios despersonalizan, se siente por dentro como una sensación de vacío o un tonto hablando con una máquina... «Pero qué hago yo hablando solo». El móvil ha traído sus ventajas, pero muchos inconvenientes, hasta patologías que los psicólogos están tratando sobre todo en los jóvenes.
Lo peor es que muchas empresas, hospitales, grandes centros comerciales, incluso consultas médicas privadas, compañías de teléfono, de electricidad o del gas han instalado un robot que sustituye a una persona. Esto para mí al principio me producía malestar, y enfado, no me gustaba hablar con una máquina, que siempre contesta de la misma manera. «Todos nuestros agentes están ocupados. Por favor, espere. En breve le atenderemos». Mentira. Te ponen una música desagradable y eres tú el que en breve cuelgas, desesperado y cabreado. Y además hay que aguantar el discurso de la política de privacidad, que es un rollo, a veces tan largo que uno se duerme. Después te mandan a marcar un número según el tema; marcas el número y de nuevo la música cansina. Entonces esperas o cuelgas cabreado y lo dejas para mañana. Porque siempre te gana la maquinita. Cómo me acuerdo de aquel teléfono negro colgado y la voz de un ser humano, que siempre era una mujer. Y es que el progreso trae nuevas técnicas que se aplican para el uso nuestro. Yo creo que ya tenemos suficientes cosas para vivir con comodidad. A los ingenieros les pido que no inventen más utensilios, que empleen sus energías en crear cosas para los países más pobres de África y Sudamérica, a precios asequibles. A nosotros ya nos sobran muchas cosas. Igualmente les pido a los laboratorios farmacéuticos que fabriquen o instalen fábricas para ellos en esos países. Morir en estos países es fácil. Vamos a cambiar el orden establecido y ayudar a estas personas. No tienen otra salida.
Invito a los padres a que sus hijos lean este artículo; quizás valoren lo que tienen.
A los países desarrollados nos hace falta enriquecernos de valores humanos o retomarlos de nuevo. Crecer en nuestro interior y acercarnos más a Dios.
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