José María de Mena, el historiador de la realidad y las leyendas de Sevilla
¿Cuántos sevillanos empezaron a conocer y a amar su ciudad leyendo sus libros?
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Jugaba el sol con la amalgama barroca de San Luis de los Franceses. La Sevilla romana en los contrastes de la madera y el oro, del estípite y el trampantojo, del cristal y la reliquia. Columnas salomónicas enredando la luz del mediodía que enhebraba sombras caprichosas en su interior. Rozaba el cante la apoteosis del arte que busca la trascendencia. Flamenco de nuestros padres. Milongas dulces como la tristeza, rondeñas que apenas se levantaban del suelo, seguiriyas que nos llevaron de la mano hasta la muerte del hombre que tanto le había dado a la ciudad. El teletipo de las amapolas, vulgo wasap, nos dejó en el umbral de la noticia. Había muerto José María de Mena.
A esas horas de la mañana del domingo, los libros echarían de menos la mano de quien los escribió en las estanterías de esas casas donde la Sevilla del pasado entró en las páginas que recrean momentos y anécdotas, sucesos y leyendas. ¿Cuántos sevillanos empezaron a conocer y a amar su ciudad leyendo a José María de Mena? ¿Cuántos libros firmó el escritor que fue profesor y comentarista, investigador y recopilador de historias que luego transcribía en la intimidad de su despacho? Por sus manos pasaron actores que aprendieron el arte de la dicción, la misma que remarcaba en aquellos impagables comentarios radiofónicos que van unidos a nuestra adolescencia.
Denostado por los que se creen los dueños de la inteligencia y la cultura, cuando no son más que una cuadrilla de fabricantes de nuevos tópicos anclados en un progresismo reaccionario, José María de Mena empleó buena parte de su tiempo en dar con una clave que muy pocos poseen: la amenidad, el didactismo, la fórmula mágica para hacerse con miles de lectores por obra y gracia de una sencillez que no tiene por qué caer en el simplismo. Más de una generación de sevillanos se acercaron al tiempo ido de su mano. Y eso ya no se lo puede quitar nadie.
Entre su obra destacan esas leyendas que en Sevilla son tan proclives a mezclarse con la realidad. A veces, es imposible separarlas. Ahí está uno de los rasgos del carácter de esta ciudad barroca como el templo desacralizado -otra paradoja para añadir al cesto- donde nos cogió la noticia. En San Luis no se puede distinguir lo real de lo imaginario, empezando por los juegos de volúmenes que nos envuelven en una cruz circular: antítesis geométrica que cobra su sentido en la arquitectura del Barroco.
Descanse en la paz de los libros que duermen en los anaqueles este hombre que fue capaz de colarse en tantos hogares. Dejó, negro sobre blanco, un caudal de narraciones históricas o legendarias que fueron amasando una idea, un concepto de ciudad que se ha quedado a vivir en sus lectores. Gracias a ello consiguió algo que se le niega a la mayoría. Al igual que existe la ciudad de la gracia por la divagaba su tocayo Izquierdo, cualquiera que tenga ojos para leer sin prejuicios sabe que existe la Sevilla de José María de Mena. Mitad real, mitad legendaria. Como la vida que desemboca en la muerte. Exactamente igual.
¿Cuántos sevillanos empezaron a conocer y a amar su ciudad leyendo los libros de José María de Mena?
De mena empleó una clave que muy pocos poseen: la amenidad, el didactismo
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