TRIBUNA ABIERTA
Una fiesta (becqueriana) en Triana
En las fraguas de Triana, al tiempo que en Cádiz, y Jerez, se forjó esta fusión que, tras pasar por el crisol de los cafés cantantes, devino en lo que hoy tenemos por baile y cante flamenco
![José María Jurado García-Posada: Una fiesta (becqueriana) en Triana](https://s2.abcstatics.com/abc/sevilla/media/opinion/2022/02/24/s/fiesta-flamenca-becquer-kI0H--1248x698@abc.jpg)
Los enigmas que plantea el origen del flamenco están lejos de ser dilucidados y acaso nadie dé con su llave misteriosa. La carencia de fuentes documentales solo ha permitido un acercamiento elucubrativo, cuando no fantástico, a los orígenes de lo jondo. Aunque no falten en ... la literatura desde los Siglos de Oro menciones a danzas y cantos más o menos ‘flamencos’, piénsese en ‘La Gitanilla’ de Cervantes, hay que esperar hasta ‘Las cartas marruecas’, de José Cadalso, en 1789, para dar con la descripción de lo que pudiera asemejarse a una «proto juerga» flamenca. No hay, sin embargo, en este texto una relación tan fresca y minuciosa como la ofrecida por Estébanez Calderón en su célebre cuadro de costumbres ‘Una fiesta en Triana’, aparecido en 1842 en Barcelona (’Álbum del imparcial’) y reunido con otras crónicas en el libro ‘Escenas andaluzas’ de 1847, y unánimemente considerado como el acta fundacional de la flamencología: «En tanto, hallándome en Sevilla, y habiéndoseme encarecido sobremanera la destreza de ciertos cantadores y la habilidad de unas bailadoras, dispuse asistir a una de estas fiestas. El Planeta, el Fillo, Juan de Dios, María de las Nieves, la Perla, y otras notabilidades, así de canto como de baile tomaban parte en la función.» Menos conocida es la presencia de este mismo artículo en la ‘España artística y monumental’, obra dirigida por Genaro Pérez Villaamil y publicada en París en español y francés en 1842. Libro trascendental en la conformación de la imagen de España en Europa la obra incluía litografías sobre vistas «de los sitios y monumentos más notables de España». Acompañando al texto de Estébanez figuraba la lámina ‘Un baile de gitanos’, del pintor José Domínguez Bécquer, padre del poeta, quien —muerto en plena juventud como sus hijos Gustavo Adolfo y Valeriano—, es considerado uno de los principales autores de la escuela costumbrista. En su estudio sobre el pintor el profesor Jesús Rubio recoge cómo este anota en su libro de cuentas —el mismo que registró los primeros esbozos literarios del poeta— la fecha precisa del encargo: 20 de junio de 1840. Puesto que la obra se publicó en doce fascículos no hay que descartar que apareciera antes en París que en España. La escena dibujada por el maestro ‘Pepe Bécquer’, como era conocido por sus clientes ingleses, es de una gran finura y plasticidad. Representa un baile en el que una pareja ejecuta una danza bolera con castañuelas, acompañados de un guitarrista y de una mujer que toca el pandero, como la Preciosa de Cervantes, rodeados de una abigarrada muchedumbre de tipos de época, majos, niños y palmeros que jalean sobre un fondo que representa una fragua gitana como aquella de los Cagancho en Triana que Lorca aún llegó a conocer. La imagen recoge, sin pretenderlo, otro instante fundacional, el del encuentro de las danzas y cantos tradicionales con el carácter gitano. En las fraguas de Triana, al tiempo que en Cádiz, y Jerez, se forjó esta fusión que, tras pasar por el crisol de los cafés cantantes, devino en lo que hoy tenemos por baile y cante flamenco. El propio Domínguez Bécquer había dibujado exactamente este mismo decorado de fragua en otra litografía, ‘El Ole’, donde la presencia de un yunque y un martillo no deja lugar a la duda. A partir de la lámina de Bécquer son muy frecuentes las escenas costumbristas sobre estos fondos preindustriales que la mayoría de los libros de arte recogen erróneamente como tabernas. Estamos en esa época imprecisa en que, al arrimo de la fiesta, estas fraguas se convertirían en el primer marco escénico de lo jondo.
Cuando en 1869 Gustavo Adolfo Bécquer cite las seguidillas del Fillo en su artículo sobre la Feria (véase ‘Bécquer y el mundo del flamenco’ del profesor Rogelio Reyes) tendría presente la crónica de Estébanez ilustrada por su padre, pues ‘La España histórica y monumental’ había sido el modelo para emprender su ópera prima ‘Historia de los templos de España’.
Que en el primer acercamiento literario al cante jondo figure el apellido Bécquer, como figura en la reja frente al altar de las muy alfareras y trianeras santas Justa y Rufina en la Catedral de Sevilla (un prodigio también de la forja y la fragua mandada colocar en 1622 por los hermanos Miguel y Adam Bécquer, antepasados flamencos del poeta), hace de esta estirpe, vagamente germánica, uno de esos rectores tutelares que para la ciudad deseaba Romero Murube, el mismo ‘abismo claro’ que hizo exclamar a Juan Ramón Jiménez ante un jirón de niebla que el sol de Sevilla no lograba disipar: «Es Bécquer. ¿Es Bécquer? ¡Es Bécquer!»
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete