Itálica Universal
Itálica está pidiendo que la Unesco la considere Patrimonio de la Humanidad. Como si no lo fuera desde hace dos mil años…

«Este despedazado anfiteatro, / impío honor de los dioses, cuya afrenta / publica el amarillo jaramago, / ya reducido a trágico teatro, / ¡oh fábula del tiempo, representa / cuánta fue su grandeza y es su estrago!». En esos endecasílabos que escribió Rodrigo Caro está impresa la cosmovisión que ... Maravall cifró en un libro imprescindible: La Cultura del Barroco. Ese movimiento sacudió la Europa que se asomó a la tinieblas del XVII tras el optimismo renacentista. Y se quedó a vivir en la mente del hombre moderno para alcanzar la del contemporáneo. Porque todos llevamos dentro, aunque no queramos reconocerlo por culpa del virus de la posmodernidad, esa angustia sombría del Barroco que tanto tiene que ver con la pérdida de Roma.
Cayó el Imperio como el anfiteatro de Itálica, la ciudad que fundara Escipión el Africano en la Bética sureña para que corrieran por sus calles aquellos niños que luego fueron Trajano y Adriano. Aquella Hispania, germen de la España que algunos se empeñan en negar con la quincalla nacionalista que no va más allá de lo aldeano, dio a Roma dos emperadores que fueron los primeros en llegar al Foro sin haber nacido en la ciudad eterna. Trajano ensanchó las fronteras del Imperio hasta su extensión máxima, y Adriano sirvió de pretexto, entre otras cosas, para que Yourcenar escribiera sus memorias apócrifas: otro libro imprescindible donde se unen el rigor histórico y la belleza. Y como no hay dos sin tres, luego llegaría Teodosio. Ahora que venga otro y empate.
Itálica está pidiendo que la Unesco la considere Patrimonio de la Humanidad. Como si no lo fuera desde hace dos mil años… Quien vaya a conocerla se encontrará con una ciudad dotada de ese alcantarillado que luego desaparecería en las inmundas urbes del medievo. Los mosaicos cubrían los suelos y los frescos adornaban las estancias donde se leía a Cicerón o a Séneca, a los escritores que desprecian los fanáticos del terruño que presumen de algo tan absurdo como la ausencia de romanización en su parcela. Para hacérselo mirar, oiga.
Viene bien, de vez en cuando, recordar todo esto para meter en la cabeza del friki nacionalista –o para intentarlo al menos– que España no es un complot para anular a su territorio, ni un invento de Franco. Pasear por Itálica y leer a Rodrigo Caro nos enseña más sobre la vida, y sobre el ser de España, que toda la vacuidad que nos tragamos a diario por culpa de esos nacionalismos periféricos de sí mismos a los que el Rey ha puesto en su sitio sin nombrarlos, restándoles el protagonismo que se arrogan. ¿O cómo vamos a comparar las consignas de estos demagogos a sueldo nuestro, con la diamantina claridad de los versos cincelados por un orfebre del Barroco en la hermosa lengua castellana que pretenden despreciar? «Todo desapareció, cambió la suerte / voces alegres en silencio mudo; / mas aun el tiempo da en estos despojos / espectáculos fieros a los ojos, / y miran tan confusos lo presente, / que voces de dolor el alma siente». De todo aquello queda la romántica belleza de las ruinas y un nombre universal: Itálica.
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