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Un héroe anónimo

Sin reponernos aún de la agradable resaca cívica que nos había proporcionado en Madrid un ciudadano cabal, ayer le volaban la vida a un miembro de la Audiencia Provincial de Vizcaya en un garaje, al que pudimos ver, a través de la televisión, cómo intentaban devolvérsela un grupo de médicos cuando ya la tenía absolutamente amortizada. Así es la realidad que nos toca vivir en esta España del sobresalto del terror, donde un día apuramos felices un brindis en nombre de un héroe anónimo en Madrid y, al siguiente, sacamos del ropero el luto por los asesinados. En las dos jornadas en la que la maquinaria terrorista se puso en funcionamiento hemos cosechado un héroe al que no podemos sacar a hombros por razones obvias y un muerto más. En cambio, es muy posible, que la noche de ayer, en algunas tabernas del casco viejo bilbaino, se cantaran canciones tribales en homenaje a sus patriotas, con todo lujo de cartelería y retratos en esa orla intratable de los que exigen muerte a cambio de no sé qué. Los de arriba publicitan a sus vivos y a sus muertos sin ningún tipo de pudor y a mayor gloria de la revolución esa que ni ellos mismos saben muy bien en qué consiste. El resto de los españoles, en cambio, vivimos en una especie de orfandad mítica, en una nada cotidiana donde se nos han hurtado los símbolos y las referencias donde reposar nuestras esperanzas y depositar una pizca de identidad. Así los he visto yo perder hasta jugando al parchís. Si les parece una simpleza lo que les digo piensen, aunque sólo sea por un momento, en ese héroe madrileño. Creo que es el primer héroe del mundo que no lo conocen sus aclamadores.

Esta que les cuento es, en mi opinión, una de las realidades que conforman el cacao vasco, donde el miedo y la prevención juegan a favor de parte. La parte más reducida ha tiranizado de tal forma a la mayoritaria que los que cumplen las leyes y las defienden son los malos. Así los agentes de seguridad tapan sus rostros con capuchas, hacen la vista gorda con los desmanes callejeros de los fines de semana, prefieren enfrentarse y disolver antes manifestaciones pacíficas que dar la cara ante las estampidas radicales y, para colmo de los ejemplos, el que traigo desde el comienzo de este artículo a colación: para un héroe ciudadano que tenemos en esta guerra desigual nos vemos obligados a aclamarlo en espíritu por miedo a que, presentándolo en sociedad, pase a formar parte del panteón de los caidos. Es, como verán, un mundo al revés, los pajaritos disparándole a las escopetas, los pirómanos vestidos de guardabosques y Jhony Walker preguntándo qué cosa es el güisqui. Este absurdo lo venimos viviendo en una arrastradera tan estúpida como deshonrosa y, pese a que podamos creernos que hemos llegado al límite del techo, den por bueno que aún podemos alcanzar miserias más altas. En ni ningún conflicto donde hablan más fuerte las balas que la Justicia podemos decir que hemos visto un bando más desarmado y vulnerable que este que representa a los españoles que cuando tiene un héroe ciudadano, que no militar, no podemos conocer su cara por miedo a que se la rompan los otros.

Así las cosas, la petición de Ibarreche solicitándole a Aznar que se reuniera en el País Vasco como lo hizo con los líderes del Oriente Medio en Formentor para buscar la paz en la zona, se nos antoja tan surrealista como cínica. Un pasote más de este presidente autonómico que ha sido incapaz de gobernar en su país con un mínimo de estabilidad, más acosado, sin dudas, por los que asesinan que por los familiares de los asesinados y que, en todo caso, si es sincero su deseo de encontrarle una salida pacífica a aquellas provincias, aquí estamos los que ponemos los muertos para firmarlo. En cualquier caso sería el propio Ibarreche el que debería bajar a Madrid para hablar de paz ya que, España no está en guerra con el norte ni se quiere separar de aquel territorio, aunque una banda de bandoleros de su comunidad se la haya declarado al resto de este país para alcanzar la independencia a balazos vivos.

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