Hace más de 2.000 años
Los hallazgos de la Florida sugieren que Hispalis fue la Alejandría occidental
El sol de levante, dorado como Apolo, bañaba con esplendor de mayo un potente edificio portuario a orillas del Tagarete y cercano a la vía Augusta, por la que se accedía a Hispalis a la altura de la que, mucho tiempo después, sería la Puerta ... de Carmona. Tan singular edificación se levantaba a orillas del afluente del Betis, extramuros, dándole una inusitada vida a esa parte de la ciudad, lejana de la cerca que la defendía pero vital para su economía. El sol hacía refulgir con salvaje potencia los colores chillones de la construcción, con columnas de piedra llamativamente pintadas de azul, naranja y blanco, siendo lo primero que el viajero contemplaba cuando accedía a Hispalis por el Este. Debería darle al caminante una placentera sensación de seguridad y satisfacción porque, aquel edificio porticado, como las plazas mayores de muchas de nuestras ciudades, estaba lleno de vida. Bajo sus arcos se reunía la gente para beber, hablar, chismear, engañar, tratar, comerciar, soñar y emborracharse con una buena puta. En definitiva, vivir. Fue fiel expresión de una ciudad próspera y segura de sus posibilidades. Dicen los arqueólogos que lo excavan en la Florida que, quinientos metros hacia el sur, pudo situarse el puerto originario de Hispalis. Un puerto donde anclaban las poderosas trirremes que esperarían su día de salida atracados en la desembocadura del Tagarete, cargando o descargando el material transportado y que se almacenaba en el citado complejo de la Florida. Ni el magnífico sol de aquella mañana de mayo era tan deslumbrante como la actividad de esa parte de Hispalis que, en genial intuición del catedrático Genaro Chic, bien pudo ser la Alejandría más occidental de su tiempo.
En un lugar concreto de tan importante complejo, con superficie anexa para el apilamiento de ánforas vinarias y aceiteras similar al del actual puerto de Algeciras, conviviendo con oficinas de la Annona, almacenes y departamentos fiscales, se alzaba un santuario a cielo abierto. Por alguna razón que se nos escapa, aquel lugar reservado para los dioses, donde los marineros, armadores y viajeros invocaban al cielo para que les fuese favorable, fue considerado sagrado y el sitio idóneo para poner en manos de Némesis, Mercurio, Júpiter y Apolo, los anhelos y temores de un negocio y de un viaje largo por mar. Uno de aquellos hombres piadosos dejó, como ofrenda al cielo, un par de sandalias de cuero, muy parecidas a las huellas que en mármol tenemos en Itálica, de las que solo quedan las tachuelas. El tiempo devoró el cuero, pero no la intención de aquel hombre que imploraba a los dioses un viaje tranquilo, sereno y quizás, un negocio favorable. Las razones de la sacralidad del sitio se la quedaron los corazones de aquellos viajeros. Que debieron tener motivaciones parecidas a las ofrendas a Astarté del puerto del Carambolo o al actual santuario de la Virgen de Consolación de Utrera, tan marinera. Pero algo telúrico debería desprender el lugar porque, siglos después, en una pared de la iglesia de San Esteban, se abrió una ventana para el llamado «Señor de los Viajes», al que los sevillanos que emprendían camino por la Puerta Carmona le imploraban un traslado sin amenazas ni sorpresas desagradables.
Hispalis, como Marsella, Alejandría, Cartago, Brindisi o algún floreciente puerto del Mar Rojo, se ganó un puesto en la Historia del mundo occidental por la capacidad portuaria del Betis y por la mentalidad emprendedora de sus élites comerciales, dispuestas a demostrarnos que la globalización no es un fenómeno sociológico actual. Hace más de dos mil años, a orillas del Tagarete, se almacenaban miles de ánforas de aceite, vino, garum y mineral para que llegaran, desde más allá de Persia, especias olorosas, muebles lacados, marfiles tallados, animales exóticos y miles de metros de seda suave y coloreada que se descargaban en puertos como el descubierto en la Florida. Siempre y cuando los dioses, los piratas y el imprevisible carácter del mar no lo impidieran y una humilde ofrenda a Némesis de dos sandalias obrara el milagro en el santuario del puerto del Tagarete, a dos naranjazos de donde, siglos después, tuvo su ventana el Señor de los Viajes, en la fachada de la iglesia de San Esteban...
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