El Señor del Gran Poder
Salía de la tierra, del mar, de los cielos. Era una lengua que venía a decir el poder del Señor y el sueño que residía en su cara

El Señor del Gran Poder es un Cristo barroco, apenas perceptible, que sólo hace ruido cuando lo tocan o cuando se posa en su paso. Salió de las manos de Juan de Mesa hace cuatro siglos justos. Durante este tiempo la ciudad convivió con el ... artífice de la obra. Permaneció intacto. Nadie se acordaba de él. Sin embargo, alguien lo descubrió y vino a dar con la clave fundamental de Sevilla. El Gran Poder tenía dueño.
Fuiste a verlo el día de su salida. Unos amigos tuyos abrieron su casa y te dejaron un sitio especial para verlo. No olvidaré nunca el rostro desvalido, ni las manos crispadas, ni tanto como encierra ese trozo de madera fundamentado para entender el cristianismo, según la ciudad. Te sentaste allí, dejando que todo se metiera dentro de tu cuerpo. Pero había algo que no dejabas que te pasara por delante. Algo que temblaba en ti y que te ponía en contacto con todo lo que has sido, lo que fuiste y lo que serás. Ese algo eres tú.
Por eso te tragaste las lágrimas de las que surgió el canto de manera imprevista y sin que nadie lo notara. Era algo abismal. Salía de la tierra, del mar, de los cielos. Era una lengua que venía a decir el poder del Señor y el sueño que residía en su cara. Ahí lo viste todo. La gloria, el poder y la fuerza. Entonces todo se deshizo. Y tú te quedaste anonadado. Hecho polvo. Entonces empezaste a no pensar. La música se te hacía presente. Eras tú con la música. Eras tú con la música y con la mujer que te dio la entraña. Estabais solos Jesús del Gran Poder y tu esencia de persona.
Todo cambió. Lo que fue volvió a ocupar su sitio en el mundo: cada perfume estaba en cada rincón. Por eso le agradeciste tanto a las cosas su ser anterior a lo que se presentaba. Todo era de otro tiempo. Incluso el rostro del Señor te era más cercano, más conocido, más íntimo. Así transcurrieron los momentos finales de la misa. Todo empezó a cubrirse con el manto de la realidad. Todo volvió a ser lo que siempre fue. Pero había algo que seguía en pie. Había Alguien que regresaba en ese momento a su casa. Te lo pasaron por delante, pausadamente, lentamente. Pudiste aspirar el aire que dejaba en el viento. Pudiste contemplar cómo pasaba. Era el Señor. Era el Señor del Gran Poder.
Ahí terminó todo. El Señor volvía a estar en su sitio. Salisteis de la casa. Ibas con las cuatro personas que te habían acompañado. Jamás lo olvidarías. Jamás lo olvidarás. Escribes esto para que se enteren los que no pudieron estar allí en directo. Los que no pudieron estar allí. Tienes en tus manos el don de escribir lo que pasó. Ese don te lo ha dado Él. Ese don se puede decir que es escribir. Cuando la imagen del Cristo vivo se guardaba en su casa, un hombre que había allí se quedó mirando. Llevaba el uniforme de médico. Era nuestro salvador. Así lo viste tú. Al instante pasó todo. Aquello te ha marcado el alma. Eres distinto. Ahora eres uno más que sigue a Jesús del Gran Poder.
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