El orgullo de los narraluces
Este 28-F de la Andalucía abierta al futuro debería servir para rehabilitar la memoria y la lectura de esos escritores que son legión en cantidad y calidad
«Y los narraluces, Grosso, Barrios, Berenguer adelantándose con sus novelas al sentimiento de orgullo de la autonomía». Antes se había detenido en la prosa limpia que esparcía su maestro Halcón por el campo abierto de la Literatura con mayúscula. Y en los labios angelicales ... de Cernuda, o en el fuego que anida en la obra insobornable -como él mismo- de Manuel Chaves Nogales. En ese discurso que es un compendio de la Andalucía libre y abierta que nos habían robado los tejedores de la tela de araña del Régimen, Antonio Burgos reivindicó el papel de adelantados literarios que representaron los narraluces, los narradores andaluces a los que bautizó de tan ingeniosa manera el jesuita Carlos Muñiz.
Burgos conoce muy bien a los narraluces porque es uno de ellos. Aquel puñado grande y generoso de novelistas fue el cimiento ético y estético, literario y artístico, filosófico e histórico sobre el que se levantó la autonomía andaluza. Aquellas novelas comprometidas con la defensa de Andalucía no eran panfletos ocasionales que se aprovecharon de las circunstancias del momento. Todo lo contrario. Aquella prosa miniada con precisión de orfebre estaba al servicio de unas estructuras narrativas situadas en la vanguardia sobre la que se asentó, por ejemplo, el famoso «boom» de la novela hispanoamericana que lideró Rulfo y al que se sumaron escritores de la talla de García Márquez, Vargas Losa, Cortázar, Onetti o el mismo Borges.
En Andalucía tenemos ese tesoro de los narraluces al alcance de la mano que roza la memoria viva cuando abrimos sus novelas. Sin embargo, esa obra que enorgullecería a cualquier nación si la tuviera en sus anaqueles, duerme el sueño injusto del olvido. Y espera la becqueriana mano de nieve que arranque el genio que duerme en sus hojas vivísimas, que no muertas. Valga una anécdota para demostrarlo. Hace unos años, alguien que venía de Madrid para colaborar en el desmontaje de un Régimen que parecía inamovible nos preguntó por qué Andalucía no salía de esta situación. Le recomendamos tres o cuatro novelas de los narraluces. Al cabo de dos meses, volvimos a vernos. «Ahora lo entiendo todo», fue su frase contundente que nos sirvió para reafirmarnos en nuestra tesis leída, que no copiada…
Este 28-F de la Andalucía abierta al futuro que ha superado las maromas del pasado debería servir para rehabilitar la memoria y la lectura de esos escritores que son legión en cantidad y calidad. Hay que añadir a los hermanos Cuevas, Requena, Quiñones, Caballero Bonald, Ortiz de Lanzagorta, Vaz de Soto, Julio M. de la Rosa… y Burgos, como diría Manuel Machado. Súmenle la prosa de Juan Ramón, de Cernuda, de Pemán, de Romero Murube o de Muñoz Rojas, citados por el Hijo Predilecto en la Historia de Andalucía más breve y menos sectaria que se haya escrito, y comprenderán que ese tesoro literario en prosa es capaz de rivalizar con algo inalcanzable: la poesía andaluza.
Agotado el Régimen que nos dividía en buenos y malos andaluces, ha llegado la hora de reconstruir nuestra historia sin ostracismos ni censuras. En el campo abierto de la libertad. Un campo que se parece demasiado a la biblioteca que forjaron los narraluces durante el pasado siglo XX, y que es imprescindible para entender el presente y navegar por el futuro, ese territorio proyectado en el tiempo que se resume en una palabra: libertad.
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