Diario de coronavirus
Los cofrades han dado ejemplo de sensatez y de serenidad. La derecha está haciendo en Andalucía los deberes por encima del Gobierno
Escribo desde una azotea con sol y espadañas, con el aroma de la primavera adelantándose en el azahar que trepa por las paredes del aire. La tarde está sosegada y en calma. Podría ser un Domingo de Ramos con capirotes blancos y cruces de malta ... inscritas en un círculo rojo. O un Jueves Santo de plata y Pasión saliendo de la montaña hueca del Salvador para encontrarse con los que llevan un año -o toda una vida- esperándolo. Pero no es un día presto para el gozo en la calle, aunque los signos de la luz nos lleven a ese territorio donde el cuerpo y el alma se funden en el acorde del espíritu. Una pena…
La memoria nos coge de la mano y nos acompaña hasta otro día similar. Hace seis años, seis, el mundo se apagó una tarde como esta, en vísperas de los días en que todo muere y todo resucita. Entonces no fue una pandemia, sino ese dolor concreto que te causa la sangre de tu sangre cuando se acumula en el costado de la enfermedad y del miedo. De pronto todo se volvió oscuro, áspero, sordo, amargo. Aquella Semana Santa disparó las alarmas del pánico y de la emoción. La procesión fue por dentro, por las arterias que revivían con la sangre nueva, por los pasillos del hospital donde aprendimos que los samaritanos llevan batas blancas o verdes, o fonendos o escobas para barrer. Allí estaba la Semana Santa de verdad, en la compañía al enfermo, en el enfermo que se refugiaba, como escribió el otro día el compañero Eduardo Barba en un artículo sublime, en una estampa con el rostro de un Cristo, de una Virgen.
Ahora todo es igual y tú lo sabes, como repite Luis Rosales en ese verso que es una de las guías de tu vida. Pero todo es tan surrealista cuando te asomas a la actualidad que tejen los políticos, que necesitas sacar tu bisturí del bolsillo para no hundirte en la desolación igualadora: todos no son iguales. Los hay que suspenden las procesiones en un gesto de responsabilidad que no se corresponde con ese Gobierno que necesita días, debates y discusiones para decirnos lo que tenemos que hacer… cuando ya llevamos un tiempo haciéndolo. No lideran. Van a rastras de la epidemia. Consintieron manifestaciones cuando todo estaba en peligro. Y ahora consienten la miserable chulería de sus socios nacionalistas de una forma indigna.
Los «anticapillitas», degeneración de la progresía que poco tiene que ver con los anticlericales de antaño, estaban deseando que saliera un hermano mayor dando la nota para llamarnos irresponsables, talibanes, carcas y reaccionarios. Pues no ha sido así. Han sido los abanderados de la Razón y de la Ilustración los que han preferido el tabú ideológico -hay asuntos intocables para los apóstoles laicos de la corrección política- antes que la salud universal. Los cofrades han dado ejemplo de sensatez y de serenidad. La derecha está haciendo en Andalucía los deberes por encima del Gobierno que consiente las bravuconadas del insolidario Torra que quiere proclamar la independencia de Cataluña otra vez, aunque sea sanitaria y siempre que ganen con el confinamiento o el estado de alarma: en caso contrario ya están llamando a la UME.
Pues eso, que los tópicos se derriban, que el Gobierno es un desmadre, que la epidemia nos espera agazapada en los pulmones mientras el aire huele a primavera. Y que el mundo volvió a encenderse hace seis años por un Ángel -qué bien te pusieron el nombre- que nos salvó la vida.
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