Curro y Bergamín
Estos intolerantes no han leído a Bergamín porque son unos analfabetos líricos
«Me estoy quedando tan solo / como se queda el torero / después de matar al toro». La soleá de Bergamín cruza los océanos del tiempo, y se convierte en el eco de la emoción que provoca cada vez que la releemos en la memoria. Esa ... soledad es la materia prima de la soleá que obliga al poeta a torear en la loseta triangular de la estrofa más recortada de cuantas existen. Pero eso no le importa a la progresía carca y reaccionaria que detenta -nunca mejor empleado el verbo detentar- el poder del pensamiento único que pretenden imponernos a todos. Porque se puede ser antitaurino con todas las de la ley de la razón, pero no se puede ni se debe acallar a quien le canta al toreo, esa música callada que Bergamín escribió en el pentagrama de sus versos.
A Estrella Morente le han dado la del tigre, que no la del astifino toro bravo que no rehúye la pelea, los que le han afeado que cante por Bergamín en un programa de televisión que desde hace años está para devolverlo a los corrales. Así es la presunta modernidad que también despreciará -vamos, digo yo- a los pintores que han marcado los dos siglos inmediatamente anteriores de nuestra historia del arte: Goya y Picasso. Ninguno de los dos se entiende sin ese rito de la sangre y la belleza, de la muerte dominada por la vida, del valor puesto al servicio de la estética. No comprenden que haya alguien que se juegue la vida de verdad para que la vida tenga sentido, ni que se ofrezca en cuerpo y alma en el altar de una liturgia tan hermosa. Están negados para ello, y por eso quieren terminar con la tauromaquia.
Bergamín escribió los versos que cantó la hija del genio Morente, los mismos que Curro Romero dejaba en el albero de la Maestranza o en la arena de Las Ventas. Para que no se confundan algunos que van poniendo tachaduras de localista a todo lo que no entra en su estrechez geográfica de miras, Romero salió más veces por la puerta grande en Madrid que en Sevilla. Y nos dejará un legado que consiste en una visión del arte que lo sitúa a la altura de los grandes creadores de la pintura, como su amigo Barceló, o de los poetas que buscaban en el torero al héroe apto para la composición de una elegía trágica y tierna a la vez, popular y surrealista, total como el gozne que gira sobre los talones de la vida y de la muerte: Lorca, por ejemplo.
Estos intolerantes no han leído a Bergamín porque son unos analfabetos líricos, y no han visto en Curro al escultor de lo efímero que es capaz de detener el tiempo en una de esas verónicas que son la verdadera imagen del Arte con mayúscula. Se ensañan con la cantaora porque no son capaces de distinguir la voz luminosa de Estrella Morente de los ecos de su envidia, de ese rencor sedimentado en la ciénaga de una presunta superioridad moral. Nunca se sentirán tan solos como se siente el torero después de matar al toro. Nunca comprenderán por qué el tótem acude al caballo del Guernica picassiano, ni serán capaces de paladear ese natural de Curro donde está todo. Absolutamente todo.
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