PÁSALO
Morir de éxito
Andalucía puede convertirse en el síntoma de la enfermedad que debilita al socialismo en Europa
Hace tan solo quince días el objetivo era saber si el gas de los populares en Andalucía les daba para ganar a lo Ayuso o, como las gaseosas hipotensas, lo dejaban a la altura de Fernández Mañueco en Castilla y León. Eso era hace solo ... quince días. Después se sucedieron en cascadas una vendimia demoscópica que ha convertido el lagar juanmanuelino en una fiesta bodeguera, con efluvios peleados con la sobriedad, donde no solo se da como un hecho accesible que los populares superen a las izquierdas en las urnas andaluzas, sino que empieza a coquetear con una mayoría absoluta. No lo digo yo. Lo dicen las encuestas varias, encargadas a babor y estribor del barco de la gaviota, lo que aleja su balance de la sospecha tendenciosa del encargo a la carta. Juan Manuel Moreno Bonilla va en moto GP, casi a doscientos kilómetros por hora y, además, se permite el lujo de rozar con la rodilla en las curvas del circuito. Proyecta tanta seguridad como la que reflejan esas estadísticas. Y, como a los césares del alto imperio, ya tiene a sus espaldas los encargados de recordarle que guarde cuidado, que es tan mortal como cualquier ser humano y que la suerte es caprichosa, antojadiza y esconde, a veces, sorpresas como las que cantaba Rubén Blades.
Felipe González dejó grabado en el mármol de la posteridad una frase que define el estado de ánimo del aspirante popular a las andaluzas: morir de éxito. Juanma Moreno tiene todo lo que se pueda desear para morir de éxito. Quizás por esa razón, dada la goleada presumible, este fin de semana se pasó por Andalucía medio consejo de ministros, con el presidente Sánchez como farol de guía. La situación no debe ser en absoluto optimista, ya que el presidente, acuciado por el anunciado naufragio andaluz, optó por no acudir al desfile de las Fuerzas Armadas en Huesca, donde se homenajeaba los cuarenta años de la incorporación española a la OTAN, ese tabú de sus socios podemitas. Y se vino hasta la capital del latifundio electoral socialista, a defenderlo como se defendió el Álamo, en un remake cinematográfico que exigía superar lo que te cuentan las encuestas no publicadas, las de la desmovilización de la izquierda y el efecto Feijóo, donde te dicen lo que realmente te estás jugando. Y yo, humildemente, pienso que Sánchez se juega mucho más que Andalucía y que lo que se pueda jugar, cuando toque, en España. No descarto en ningún momento que Andalucía pueda convertirse en el primer síntoma de una enfermedad letal que asola a la socialdemocracia en la vieja Europa.
Sánchez puede perder el latifundio sureño. Y eso no es bueno para el PSOE. Sánchez puede perder las elecciones nacionales, a tenor de que se vuelva tendencia lo que ocurra en Andalucía. Pero Sánchez podría tenerle pánico a ser el enterrador del PSOE. La socialdemocracia reposa en Grecia. En Italia se convirtió, igualmente, en epitafio. En Francia se ha echado en brazos de la convergencia zurda, insumisa y antieuropeísta de Mélenchon, por no pasar por el camino obligado de la refundación. ¿Estamos ante lo que pudiera ser el comienzo del fin de la socialdemocracia en España? La avería es gorda. Y en el equilibrio sistémico de la nación, el PSOE es pieza clave. O lo fue hasta que llegó el escándalo sanchista…