PÁSALO
Lobos entre corderos
Hoy, en este momento, una ucraniana es plato de gusto en Ibiza, Marbella o en un serrallo de Qatar. De lo de los niños no tengo valor de acordarme…
Sin respiración

El dolor es la única propiedad privada que resulta intransferible. Puedes compartir y acompañar al doliente, empatizar con su sufrimiento, pelear para que sea menos insufrible, pero finalmente, el que es prisionero de su condena difícilmente podrá deshacerse de él y verse liberado de su ... maldición. Normalmente, ese estado del alma te convierte en un ser vulnerable, sin memoria de que el hombre se empeña y consigue ser un lobo para el hombre. Y hay profesionales expertísimos en rentabilizar las consecuencias del dolor, que ven en la devastación de la guerra una oportunidad de negocio. Esto no es nuevo ni tampoco ha nacido en las fronteras de Ucrania. Es tan antiguo como la vida y la guerra, que siempre dibuja su memoria con horrores para sacar de algunos hombres lo más nauseabundo de su ralea. La guerra mata en el frente y en la retaguardia, en esa tierra donde el que huye de sus efectos terribles cree sentirse seguro, a salvo de misiles y ráfagas, para caer sin conciencia en la trampa perfecta que se le tiende para convertirlo en pura carne de comercio humana.
Entre los innumerables ejemplos de solidaridad popular, espontánea y loable, que hemos dado para ayudar a mujeres y niños amenazados por la guerra en Ucrania, se han detectados lobos hambrientos disfrazados de corderos humanitarios. En esos coches que se llenaban de mantas, comidas y medicinas almacenados por manos blancas y almas solidarias, también iban y van los lobos que les refiero. El negocio está en aprovechar el aturdimiento de los que huyen del horror, presentarse como la conexión de un grupo de ayuda y convertir a la mujer atolondrada por el miedo y al niño que la acompaña en carne fresca para los reservorios de la prostitución o el tráfico de órganos. Ya lo escribió un poeta que vivió la de nuestros abuelos, tan lobuna y depredadora, cuando nos avisó de su tristeza: «Tristes guerras si no es amor la empresa / tristes armas si no son las palabras.» Los traficantes de mujeres y niños solo tienen que esperar en su puesto, observar la vulnerabilidad de la pieza y disparar su ráfaga de engaño sobre unas personas con las defensas muy bajas que confían en el amor y las palabras. En semejante estado emocional te entregas, sin precauciones mínimas, a la primera mano disfrazada de solidaridad que se te presente. Y en un abrir y cerrar de ojos pasas de escapar de la guerra a quedar encerrada en los cuarteles generales de la prostitución o el neoesclavismo.
Las voces más fiables que se han elevado estos días desde las instituciones y oenegés, algunas dedicadas a la infancia, alertaban de la situación. Lo que te lleva a pensar que el tráfico ha debido de ser abundante y generoso. En las redes no fue casual que se multiplicaran las visitas para acceder a la nueva mercancía, bajo títulos tan groseros como mujeres ucranianas desnudas. El lobo necesitaba carne. Y la carne más fácil es la que huye descontrolada por el miedo. Llevan toda la razón los que se han desgañitado pidiendo que la solidaridad se canalizara de forma institucional y que los refugiados vinieran por cauces controlados. Hoy, en este momento, una ucraniana es plato de gusto en Ibiza, Marbella o en un serrallo de Qatar. De lo de los niños no tengo valor de acordarme…
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