Pásalo
El ficus de San Jacinto
El ficus huele a serrín por un delito que jamás cometió

En pleno corredor de la muerte, el ficus de San Jacinto, si los dominicos del amortizado convento no lo remedian, será palo y astillas en uno de estos días. Se le ha condenado a muerte por ser fiel a su propia naturaleza. Está visto que ... hoy no hay nada más perturbador que ser tú mismo e ir a contramano de la razón. Pura o impura. El caso es no salirse del redil. A lo que vamos. El hermoso, imperial, fecundo, centenario y potente ficus de San Jacinto huele a serrín por un delito que jamás cometió. Eso me cuentan los técnicos cercanos al Ayuntamiento quien, en jugada de ventaja, se deshizo de su competencia en el atrio conventual y de tan bello e insustituible ejemplar, para traspasarle la gestión a los dominicos. Paradójicamente, los perros de Dios, parecen haber equivocado el objeto de su bandera, imputándole al emblema botánico más universal de Triana, también hijo del Creador, la autoría de los desperfectos que aparecen en el edificio. Consultados los técnicos me dicen que es una interpretación, como poco, libérrima.
En cualquier caso, el cuidado y revisión de tan catedralicia monumentalidad botánica, no ha sido ejemplar. Sus ramas más equinocciales, desprendidas por la furia del viento y la rabiosa negligencia municipal, se han destrabados ocasionando desgracias entre los transeúntes, bajo cuya cúpula de observatorio maya, pasaban o descansaban de las horas más ardientes del día. Los grandes ejemplares de la jardinería sevillana se acurrucan para defenderse de su destino que, a la vista está, en los últimos días parecen que necesitan del relato mágico de Tolkien para salvarse. Dan la sensación, tanto este de San Jacinto como el de la plaza del Cristo de Burgos o el que pudrió en la plaza de la Encarnación la revolucionaria cimentación de las Setas; digo que dan la sensación de que solos los fantásticos Ents, aquellos árboles andantes que creó en la Primera Edad la reina de la tierra Yavanna, en la fantástica y literaria cabeza de Tolkien, pudieran salvarlos yendo a la batalla contra los orcos de nuestra insostenible e imaginaria política verde municipal. ¿Por qué razón los árboles en Sevilla son considerados nuestros enemigos?
El ficus de San Jacinto y la iglesia pueden seguir conviviendo juntos sin necesidad de inventarle delitos imaginarios. Hay soluciones técnicas para evitar que las raíces alcancen la cimentación del edificio. Otra cosa es que nadie se quiera gastar un euro y sea más rentable cortarle su hermoso y atlético cuello. Sin olvidar el cuidado periódico que merece su gestión botánica. Las barreras para raíces existen. Y también el seguimiento de estos trasatlánticos verdes para podar sus ramas más inseguras. Pero está por demostrar, más allá de la sensibilidad anónima de algunos técnicos municipales, que este patrimonio de la ciudad sea tomado en serio y valorado como, por ejemplo, cualquier yesería medieval de nuestro patrimonio. La arboleda sevillana, la de gran porte, forma parte de la monumentalidad de la ciudad, se acopla a ella como el musgo a la piedra, para pintarnos una Sevilla tan rabiosamente hermosa como la que, por ejemplo, en estos días pintan de azul las jacarandas de nuestras avenidas. Salvemos el ficus de San Jacinto. Porque es en sí mismo patrimonio de Triana.
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