PÁSALO
Un chamán en el Capitolio
Ya no habrá chamanes bisontes que imiten a los soldados de Alarico
La noche en la que la capital del imperio de occidente convenció al mundo de su fragilidad, un bárbaro vestido de chamán bisonte se sentó en el trono del Capitolio, de la misma forma en la que los seguidores de Alarico en el 410, se ... sentaron en el Senado romano para visualizar la desintegración imperial. Ambos gestos describen y sintetizan el declive de una superpotencia y el nacimiento de otro mundo con una sola diferencia: el directo televisivo. La entrada de Alarico en Roma para evidenciar su vulnerabilidad, saquearla y llevarse prisionera a Gala Placidia, hermana del emperador Honorio escondido en Rávena, nos ha llegado dramatizada por los pintores románticos e historicistas. También por las crónicas de los historiadores. La toma del Capitolio yanqui la vio el mundo en directo, a través de las grandes cadenas televisivas, dejando en millones de espectadores el sentimiento común del declinar de un imperio que se perdió el respeto a sí mismo. Asistimos en directo a nuestra derrota. Desde esa noche vivimos más angustiados, menos seguros, como al borde de un foso infectado de cocodrilos. Sospechando que lo que venga tendrá poco que ver con nuestra forma de pensar, entender el mundo y las relaciones humanas. El chamán bisonte que se sentó en el trono capitolino yanqui parecía un disfraz chirigotero. Pero era tan real como los soldados de Alarico sentados en el senado de Roma. Y eso no es ninguna chirigota.
Hace un año, por estos mismos días, nos dicen que íbamos a sufrir una pandemia global, asistir en directo a la caída del imperio de occidente, ver la irresistible ascensión del poder económico y expansionista del partido comunista chino y presenciar el entierro ideológico del liberalismo como herramienta doctrinaria del capitalismo y, hasta un manco, no hubiera dudado en darle un corte de mangas al Jeremías que se lo profetizara. Nos habríamos reído sin disimulo de su pesimismo histórico y de su milenarismo exacerbado. Y mirándole a la cara no hubiéramos dudado en acusarlo de ser uno más de los profetas de la neocalamidad y un pesimista profesional. Pero el caso es que todo esto se ha producido, se sigue produciendo como dicen que se cumplen algunas visiones de Nostradamus. Otra cosa es cómo lo queramos ver e interpretar. Pero cuídense del pensamiento único. Suele estar casi siempre del lado de la patraña.
La profanación bárbara del Capitolio americano nos ha llegado traducida a España por los filtros políticos al uso carpetovetónico. O sea, como un trasunto de progres y fachas. Y esa es una lectura naif, infantil, repleta de inocencia política. Válida para lo que por aquí gastamos. Pero absolutamente deficiente para poder entender la dimensión de la tragedia. En EE.UU. se ha escrito la página más desoladora del fin del mundo como hasta ahora lo hemos venido conociendo. En dos semanas, los despachos de las grandes plataformas televisivas tendrán la sinopsis de lúcidos guionistas con proyectos que expliquen o tergiversen lo ocurrido. Porque no resulta fácil aceptar que el fin está aquí, como cantaba Morrison hace muchos años, y que el modelo del american way of life está periclitado. Píllenle gusto al arroz tres delicias, consuman Huawei fervorosamente y para que no nos ocurra lo que le ha pasado al propietario de Alibabá, entiendan, como me insiste Genaro Chic, que en occidente el dinero ha mandado sobre la política, pero en el nuevo orden será la política la que mande sobre el dinero. Y no habrá chamanes bisontes que imiten a los soldados de Alarico. Todos murieron en Tianamen…
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