Elogio del español
Aquí, en esta luz celeste y oblicua de noviembre, el idioma flota en las páginas de Ocnos, de Platero y yo, de Pueblo lejano
![Los Reyes reciben las obras completas de Cervantes que ha editado la RAE, de manos de Santiago Muñoz Machado y Francisco Rico](https://s2.abcstatics.com/abc/sevilla/media/opinion/2019/11/10/s/academias-lengua-uno-kXNC--1200x630@abc.jpg)
Se han reunido en Sevilla, la ciudad donde sigue floreciendo el limonero de Antonio Machado, y el alma de nardo del árabe español que perfumaba la escritura de su hermano Manuel. Aquí, en esta luz celeste y oblicua de noviembre, el idioma flota en las ... páginas de Ocnos , de Platero y yo , de Pueblo lejano , de esa prosa fina y fría que elevó la lengua española hasta cimas que solo pueden escalar poetas como Cernuda, Juan Ramón o Romero Murube. Han elegido la ciudad que exportó su acento seseante a las Indias que estaban al otro lado del monopolio, en el Plus Ultra que descubrió Colón antes de que Magallanes y Elcano llevaran esta hermosa lengua a darle una vueltecita al mundo por vez primera.
Se han reunido en Andalucía, como si buscaran la difícil sencillez de Bécquer, la clarividencia en los sonetos oscuros donde brilla el amor según Federico, en la tierra de Aleixandre donde las espadas son como labios cuando cortan los versos de Luis Rosales o de Rafael Alberti, las páginas de Pemán y los relatos de Julio M. De la Rosa, que rima con Vargas Llosa en esa calidad narrativa que lleva hasta lo más complejo el antiguo castellano que se flexibilizó con la revolución alfonsí. Aquí se juntaron Borges y Juan Sierra para que la ceguera los llevara hasta el nacimiento de Grecia, la revista ultraísta donde publicó sus primeros versos el escritor argentino que hizo del prólogo y el relato sendas obras maestras.
La Asociación de Academias de la Lengua Española nos ha traído el viento de la lengua que acaricia cuando la susurra Garcilaso, que se hunde en la prosa cervantina y gira sobre sí misma en la poética gongorina, que juega con Lope, que se hace mística con San Juan de la Cruz, con Fray Luis, con Santa Teresa. Y que luego se desborda en el realismo mágico de García Márquez, en el túmulo donde hablan los muertos de Rulfo, en la realidad paralela que le sirva a Cortázar para describir la otra.
Las Academias nos han dejado dos palabras reconocidas oficialmente: capillita y sieso, valga la redundancia en el caso de quien escribe este artículo. Y algo más importante: el orgullo que se siente por hablar una lengua que se llama español, y que tuvo su origen en el castellano que a su vez es heredero del latín. Por eso, y por tantas traiciones y deslealtades, a partir de ahora emplearemos el nombre que se le da en el mundo a nuestro idioma: español. Cuando los nacionalistas miopes abran los ojos y dejen de mirarnos por encima del hombro y de la chequera, podremos darles el gusto de hablar del castellano como la lengua que nos dio el ser y el pensar.
Se acabó lo que se daba y lo que se regalaba. No se merecen la deferencia que teníamos con ellos. El español es una lengua potente en el mundo, hablada en tantos países que hay que echar la cuenta. Y con un patrimonio literario que rebasa los años de la vida de un lector para que pueda abarcar una mínima parte de su incesante caudal poético, narrativo, ensayístico o dramático. Si lo ningunean los que enarbolan la lengua tribal como una quijada cainita, que lo hagan. Nosotros, a lo nuestro. Al español de Nebrija que le sirvió a Antonio Machado para recibir a los académicos con un alejandrino inmortal, con «estos días azules y este sol de la infancia».
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