DEVOLVER LA BANDERA
El Partido Popular andaluz acaba de renovar a tres cuartas partes de los miembros de su ejecutiva con el apoyo aplastante de los compromisarios, que han reelegido como presidente a Javier Arenas con el 95,5 por ciento de los votos. Recordemos que hace algo más de seis meses el PP andaluz sufrió en la urnas una derrota apabullante, que dejó al partido muy tocado y evidenció la abismal falta de sintonía existente entre los andaluces y el proyecto que representan los populares. El fracaso electoral fue de tal magnitud que lo lógico hubiera sido que el partido se desmembrase y que las luchas internas derivaran en un congreso de alta tensión en el que las distintas familias dirimieran las razones de la derrota y ajustaran las cuentas pendientes para decidir quién se alzaba con el poder y emprendía una nueva travesía del desierto. Sin embargo, nada de eso ha ocurrido. El tándem Arenas-Zoido ha hecho un trabajo sordo e implacable que ha dado lugar a una renovación radical del partido sin grandes escaramuzas ni reveses notables. El clima festivo que ha rodeado al XI congreso del PP-A sólo se explica si se tiene en cuenta que la base del partido es tan amplia como sólida, y que la solidez de una fuerza política es consecuencia directa de la firmeza de sus ideas.
Una vez que se ha puesto de relieve que el PP-A tiene su propio discurso político, reformista y moderado, y que no está dispuesto a renunciar a él en aras del populismo habremos de convenir que el gran problema reside en la forma en la que los responsables del partido son capaces de transmitir su proyecto a la sociedad andaluza. No basta con cambiar la cara a la mayor parte de los miembros de la Ejecutiva e incorporar a independientes de prestigio, siendo ambas cosas necesarias y positivas. Hace falta que la gente perciba que el PP-A es una alternativa real de poder en Andalucía. Para ello es básico que los propios dirigentes populares se lo crean, algo que no ocurría hasta ahora. El desafío lanzado por Javier Arenas: «yo no he venido aquí para ganar cuatro diputados sino para ganar las próximas elecciones», permite suponer que el partido ha recuperado su autoestima. Falta le va a hacer, porque la tarea de derrotar a un régimen de veintitantos años en su propio terreno de juego es tan difícil como improbable.
Pero no conviene que el PP-A se deje invadir por el pesimismo. Existe en Andalucía un aire a favor del cambio como medida de higiene democrática. Este aire, alimentado por el evidente estancamiento de nuestra comunidad autónoma con respecto a otras regiones españolas y europeas y por las disparatadas actuaciones que lleva a cabo, una semana sí y otra no, el gabinete que preside Rodríguez Zapatero, puede incrementar su intensidad si como nos tememos la Junta da muestras de que tras la aguerrida defensa de Andalucía de la legislatura anterior anidaba una estrategia partidista de confrontación con el Gobierno central que nada tenía que ver con los intereses reales del pueblo andaluz. Se trata, ni más ni menos, de arrebatar la bandera andaluza, símbolo de la autonomía, a quienes la utilizan como una enseña sectaria que justifica su permanencia en el poder para convertirla en símbolo de las convicciones morales de un pueblo que no quiere ser sometido y reclama su propio espacio en la España constitucional.
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