QUEMAR LOS DÍAS
Merece la pena
Empezar el día con una ducha helada, ¿qué podía salir mal después de eso?
![Daniel Ruiz: Merece la pena](https://s1.abcstatics.com/abc/sevilla/media/opinion/2021/10/03/s/daniel-ruiz-opinion-kF1C--1248x698@abc.jpg)
La ducha, mierda, salía helada: en el otro cuarto de baño, mi hijo Pablo había encendido el agua caliente. «¡Pablo!», grité, con toda la fuerza que permitían los pulmones. En la radio, las noticias anunciaban que la lava de Cumbre Vieja finalmente había alcanzado el ... mar. Mi hija todavía no se había vestido: andaba, cómo no, mirando el móvil. «¡Venga, que no llegamos!», achuché por el pasillo, mientras Pablo escuchaba rap. Ahí seguían los desayunos sobre la encimera de la cocina; ninguno de los dos los había metido todavía en sus mochilas.
«Vaya cómo estás hoy, hijo», dijo Pablo, cuando conseguí que por fin suspendiera los rebuznos de rap en su móvil. Al final salimos (tarde), y después de una cola inusitada para acceder a la calle del Instituto, logré depositarlos en su destino. «Buen día», les dije, pero por dentro pensé: «ahí os quedáis».
Ya solo en el coche, con la compañía del disco de The Weeknd, enfrenté la autovía de bajada a Sevilla. Cómo no, atestada de coches. A las nueve tenía una vídeo con un cliente, y eran las 8:30. Empezar el día con una ducha helada, ¿qué podía salir mal después de eso? Eran las nueve menos cuarto y la cola apenas se había movido.
Entonces, por el retrovisor, las vi. Iban justo detrás de mí. La madre, que conducía, una mujer de mediana edad, delgada, pálida, de aspecto cansado. La hija, de copiloto, universitaria seguro, una versión joven de la madre, con facciones parecidas pero agraciada por la frescura de la edad. La joven bailaba de forma desaforada al ritmo de la música que sonaba en su coche; tomaba un micro invisible y cantaba, movía los hombros, la cabeza, había convertido la cabina en una discoteca portátil. La madre la miraba, con su rostro cansado, y la hija correspondía a su mirada extendiéndole el micrófono invisible. Ahí fue cuando la madre rompió su rictus desabrido y sonrió. Lo hizo de forma tan sutil, tan liviana, tan familiar, que me conmovió. Había algo muy bonito entre ellas, algo muy fuerte e irrompible, tan fuerte como para alegrarte la mañana.
Por fin la cola avanzó. El tráfico siguió siendo denso, pero no lo suficiente como para mantener la escasa distancia que me separaba del coche de la madre y la hija. Ya no percibía con nitidez sus rostros, pero sí la silueta de ella, desmelenada, desgañitada, cantando.
Subí el volumen de mis altavoces. Sonaba Save your tears, mi tema favorito de The Weeknd. En un paso de cebra, una señora luchaba con la correa de su perro caniche para conseguir que cruzara; el perro estaba concentrado en la pose típica de hacer de vientre, así que arrastraba de forma grotesca esa pose por todo el paso de cebra. Detrás de ella, un grupo de escolares la señalaban y se carcajeaban.
Eran las nueve y cuarto. Enseguida llamaría al cliente, pediría disculpas por el retraso. Pero qué maravilla, pensé al aparcar, el día no había hecho más que empezar y ya había merecido la pena.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete