Lujuriosos y sagrados
Un tomate abierto bajo el sol se parece mucho a un corazón vivo. Es el corazón que mueve el verano
![Daniel Ruiz: Lujuriosos y sagrados](https://s2.abcstatics.com/abc/sevilla/media/opinion/2021/07/18/s/daniel-ruiz-opinion-kHlG--1064x800@abc.jpg)
El día que perdí definitivamente la confianza en los políticos fue cuando coincidí en la cola del supermercado con José Antonio Griñán. Había dejado de ser presidente de la Junta de Andalucía hacía poco, y se desenvolvía como uno más en el súper, intentando pasar ... desapercibido. Nunca me cayó mal, pero aquel día la sensación fue una mezcla de rabia y lástima: de su escueto carro, sacó una bolsa de tomates de bola que movía directamente a la petición de destierro. Cómo un ex presidente de la Junta, pensé, que ha paseado su paladar por toda la huerta andaluza, es capaz de acabar adquiriendo tomates en un súper.
Los tomates de los supermercados no saben a tomate. En realidad no saben a nada, igual que los melocotones, las fresas y la mayor parte de los alimentos frescos. El mejor tomate que he probado, lo cuento muchas veces, crecía a escasos metros de un cebadero de cerdos. El del padre de mi amigo Jjo, en Vélez-Rubio. El padre arrancó de una mata un tomate deforme y me invitó a probarlo, así, directamente, crudo. Era pleno verano, y la carne, el zumo, por su intensidad, me parecieron lujuriosos y a la vez sagrados.
Cada vez que llega el verano persigo tomates. Gracias a mi compadre Peláez, tengo acceso a algunas huertas en la zona de Santa Iglesia, en Almensilla, cuyo suelo produce tomates prodigiosos. Me gusta tomarlos como probé aquel tomate de manos del padre de Jjo, con el único aderezo de un poco de sal gorda. Un tomate abierto con esquirlas de sal bajo el sol del verano se parece mucho a un corazón vivo, palpitante. Es el corazón que mueve el verano, la estación de la luz. Sin luz no existen los colores, y el verano los tiene todos. Yo me quedo con el rojo del tomate y con el azul de las mañanas tempraneras.
El buen tomate es salvaje. Como lo es también el verano. El tiempo en que uno se reconcilia con la naturalidad y la ausencia de convenciones. Esa que nos devuelve a nuestro estadio de niños. En verano me gusta cantar en el karaoke por Julio Iglesias, y reivindicar, en reuniones que se prolongan hasta la madrugada, que Me olvidé de vivir es la mejor canción que jamás se ha compuesto. También me gusta caminar descalzo todo el tiempo, y si puedo, bañarme por la noche en la playa, mucho mejor si es desnudo. Ver amanecer algún día sin haberme acostado, después de una noche de cervezas y amigos. Volver a fantasear con la idea de comprar Varón Dandy, ese perfume intenso que me recuerda a una barbería de la infancia, y embadurnarme entero, y salir a la calle a media tarde bien repeinado, como de misa de domingo, sólo que en pantalón corto y sandalias, a averiguar lo que tiene que contarme la noche de verano. Y por supuesto comer tomates, así, sin más aderezo que un puñado de sal, a dentelladas, mientras suenan las chicharras o, si es de noche, el cricrí de los grillos, sintiéndome a la vez lujurioso y sagrado.
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