#GreatBallsofFire
Jerry Lee Lewis es, aparte de un soberbio pianista, una fuerza de la naturaleza
Al parecer, una bola de fuego cruzó el cielo de media Andalucía en la madrugada del pasado martes. Debió de ser bastante impresionante, pero no supe nada hasta leerlo un par de días después en Internet. Porque esa jornada anduvimos bastante entretenidos en casa con ... el cumpleaños de mi mujer. Los cumpleaños siempre son días distintos, y en este caso —no digo los años que ha cumplido; aborrezco dormir en el sofá—, la cifra redonda lo hacía algo más especial. Pero las efemérides acaban fatigando: nos acechan por todos lados, nos asedian con su oropel de formalidad y compromiso. No pronunciarse, no celebrar, acaba resultando un pecado mortal. El año pasado, por cierto, se cumplieron treinta desde el estreno de Gran Bola de Fuego , aquel biopic sobre la vida de Jerry Lee Lewis que tanto me impresionó, y por el que soñé durante algún tiempo con convertirme en estrella de rock. La película se basaba en las memorias de su exmujer. Si en lugar de eso lo hubieran hecho en la impresionante biografía de Nick Tosches, Fuego eterno , que he leído hace muy poco, el resultado habría sido algo distinto.
Lo que queda claro en esa biografía es que Jerry Lee es, aparte de un soberbio pianista, una fuerza de la naturaleza que con su música del demonio aprendió a convivir con el fuego a pesar de las quemaduras, sabiendo que cada día era irrepetible, y que no existía segundo que no mereciera una canción. El doloroso nocaut del campeón Gistau, pero también la desgracia del pobre joven aplastado por un muro en Torreblanca, son bofetadas apremiándome a vivir la vida como la celebración diaria de una efeméride. Grandes bolas de fuego atraviesan a menudo el cielo, y no hay que descartar que alguna vez una de ésas alcance nuestro tejado. Qué mejor que nos pille bailando.
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