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Una cuestión de imagen

Sin saber cómo ni por qué, he acabado teniendo, supongo que como casi todo el mundo, uno de esos insufribles despertadores que, además de darte los buenos días con un pitido que te deja al borde del síncope, te conecta a una emisora de radio que en un momento te pone al loro de todo lo que pasa. La emisora que sale en mi aparato es una cadena nacional -la Suya tuve que quitarla porque eso en vez de informar deforma- y suele finalizar todos sus partes con una referencia a los problemas de tráfico en las distintas carreteras de España donde, mire usted por donde, se menciona siempre, indefectiblemente, a Sevilla y más concretamente a los accesos desde el Aljarafe y el puente del Centenario, que son una joya.

Al escuchar diariamente estas cosas, no puedo dejar de preguntarme qué pensarán de Sevilla al saber que aquí la cosa del tráfico es una auténtica birria y qué pensará el alcalde, si es que piensa, al oír, si es que oye, una vez y otra, invariable, constante, ofensiva casi, la misma cantinela. La situación es para que se le revuelvan las tripas, para que se ponga colorado, para que le den un par de las siete cosas pero no, por lo que se ve, el hombre ni se inmuta, vuelve a sacar del cajón el discurso de esto es Jauja, yo soy su líder carismático indiscutible, y al que le pese que reviente.

Lo de Sevilla, y por extensión lo de toda Andalucía es, además de otras muchas cosas, un serio problema de imagen, de la malísima imagen que estamos dando ante el resto del mundo en el que sólo tienen noticia de nuestra existencia por cosas como estas del tráfico, por la sentencia de la movida, por la acampada y posterior asalto al rectorado de los estudiantes analfabetos, por las tractoradas, por el cura de Valverde, por el vertido de Aznalcollar, por los crímenes de la Costa del Sol, por los follones xenófobos y los ataques de risa masivos en el Parlamento, por los altos índices de paro y por las descabelladas propuestas que se monta la Junta sólo por llevar la contraria al Gobierno central y dejar de paso a Zapatero con la popa al aire, que eso es lo único que bordan. Sé que las noticias suelen basarse generalmente en cosas malas, mientras más malas, mejor, pero también sé que hay otras noticias en las que se dan a conocer proyectos viables (no de los de boquilla), iniciativas y medidas de distinto tipo encaminadas a hacerle más fácil y agradable la vida a la gente. Bueno, pues de esas, tampoco se producen novedades por aquí abajo, al menos, novedades que sean que sean dignas de mención de Despeñaperros para arriba. Podrán decir que es que nos tienen manía, pero yo creo que no, que es que no nos sabemos dar a valer, y menos exportar nuestros logros, mayormente porque no los tenemos y, además, sufrimos a unos políticos bastante chuflas que no hacen nada por superar esta imagen. No se percatan de que la mediocridad política en que nos tienen sumidos no interesa a nadie.

Así las cosas, la imagen que seguimos teniendo ahí es la que produce nuestra propia naturaleza, gentes, tierras , paisajes y, además, el vestigio de lo que nos queda de charanga y pandereta, acrecentado por el hecho de ser lugar preferente para el personal de la denominada prensa rosa, que hemos puesto una fastuosa estación del AVE para famosillas que denuncian esto y lo otro a tanto la exclusiva de toreros que se casan y se descasan, de futbolistas prestos al remate, de tonadilleras que van y vienen y de intelectuales del papel cuché que son, hay que fastidiarse, los que parten el bacalao por estas latitudes. Tanto que hasta nuestros presuntos líderes políticos pierden los papeles con tal de retratarse con algún especímen de éstos para que se enteren por ahí de que ellos también existen. En sus discursos, dicen luego que hay que desterrar esta imagen cañí pero la realidad es que esa, y la del despiporre generalizado, es la única que nos va quedando y que estamos empezando a tener, un muy serio problema de imagen del que estos insensatos no son conscientes y que, además, fomentan. Después, mucha modernización, mucho progreso y mucha historia, estamos, más o menos, como en el XIX cuando el flamenco, las ferias y los caminos infames llenos de bandoleros, junto a la grasia y la sal, el arsa y olé del odioso tópico, eran nuestras más reconocidas y universales señas de identidad. Nada nuevo bajo el sol.

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