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El botellódromo

Como no se sabe qué hacer con los jóvenes niñatos de la movida, pues se les deja beber, que se emborrachen, olviden sus penas, si es que las tienen, se sientan marginados por la sociedad si es que se sientan, se quedan de pie, se tumban o se mean en el zaguán que cojan más a mano, o se les deja que campen a su antojo para no crear a los políticos un problema de conciencia, ya sea progre o conservador, de la derecha que ya no existe o de la izquierda que aún no se ha enterado del derrumbre del muro aquel de Berlín que estaba allí puesto para que no se saltaran los del oeste al paraíso del este y no al revés, como nos creíamos la mayoría.

El político progre teme, en tocante al asunto éste de la movida, la botellona y todo lo demás, que lo tilden de retrógrado, inmovilista o cualquiera sabe qué si se le ocurre decir algo que puedan entender lo de la basca, o los colegas, que va contra ellos, porque entonces, aviado va.

El político conservador quizás esté pensando -o no dice lo que piensa o piensa mucho lo que dice para no mojarse- que, a lo mejor, la manera más eficaz y fácil de conservar (su puesto) sea siendo condescendiente (que es la forma más fina y educada de llamar ahora a eso de bajarse los pantalones) con estos jóvenes que tienen derecho, claro que sí, a divertirse aunque su derecho no llegue al de los no tan jóvenes que también quieren ver su calle sin oler a orines, poder dormir sin ponerle dobles cristales a sus ventanas y, en algunos casos, ya se sabe que son aislados, que son cosa de unos cuántos, que qué va a ser así el resto del personal, también desean que no les llenen las calles de sangre por esa moda de las navajas que tampoco es para tanto, oiga, ¿o es que la juventud no tiene derecho a llevar navaja para defenderse? porque todo el mundo las lleva para defenderse y aquí no ataca nadie, por lo visto y que, además, ha habido casos que no se han debido a la movida, porque en la movida, ya lo saben de sobra todos los padres, menos sus hijos e hijas, que son panes benditos que ni fuman ni beben ni nada de nada, todos los demás son como para cogerlos y meterlos directamente en los contenedores que tumban porque sí en cuanto quieren soltar la adrenalina pegando patadas o a los que había que quitarle las motillos para que el escape no le levante el sueño a cualquier cristiano o el casco llevado en el codo, si es que lo lleva, no termine levantándole a él, y al paquete, la misma tapa de los sesos y, naturalmente, había que registrarlos porque son los demás, no sus hijos, panes bendito, ya digo, los que sacan las navajas para asustar, aunque a algunos se les haya ido la mano directamente al corazón de su víctima, sin que se tenga que magnificar un suceso que, no hay más que ver cualquier telediario, puede pasar en cualquier parte.

Ya se ha dado el primer paso para el botellódromo. Esto que la delegada de Juventud del Ayuntamiento, Susana Díaz llama «complejo de ocio» y hasta cree, por creer que no quede, que será la alternativa a la movida, pues aunque tenga bares, discotecas, pista de hielo y zona de conciertos, también habrá, ¡cómo va a faltar! un espacio para que los jóvenes puedan hacer botellonas, se castiguen el hígado hasta destrozárselo y sean, de aquí a muy poquito, pingajos humanos sin necesidad de engancharse a otra droga que no sea el latigazo contínuo de garrafona hasta que el cuerpo aguante y el SAS también.

No dudo de la buena fe de la delegada, pareja, por tenerla, a la de su ingenuidad o actuar de forma tan políticamente correcta que todavía piensen en aquel póster idílico de los niños jugando, los viejos paseando, los pájaros piando, los animales (de cuatro patas; no los de dos) brincando y los jardines floreciendo. O sea, Susana en el país de las maravillas.

mramirez@abc.es

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