#Bartleby

El otro día estuve en la presentación de un libro, y el noventa por ciento del público éramos escritores. En las de poesía, la cifra suele rondar el cien por cien. El mundo de la literatura se ha convertido en algo tremendamente endogámico y ensimismado: ... es como un patio de vecinos móvil, allá donde vayas siempre te encuentras con las mismas caras. Un patio de vecinos, eso sí, cada vez más masificado. Porque ahora, mires adonde mires, todo el mundo ha escrito o piensa escribir un libro.
En estos días me ha tocado ejercer de jurado de un premio literario de novela, y lo cierto es que daban ganas de llorar. El único manuscrito potable era aquel que al menos estaba escrito sin excesivos errores de sintaxis, y contaba una historia que se comprendía. Que el nivel de exigencia esté en la corrección lo dice todo. Aun así, la gente se afana, quiere verse impresa. Aunque no tenga nada que contar.
Algo que contar, ése es el gran problema. Cuanto más leo, más convencido estoy de que se publica demasiado. Historias que nacen muertas, reflexiones que han sido escritas ya millones de veces antes, y casi siempre mucho mejor. Superávit de escritores y déficit de libros que realmente merezcan la pena. Y, sobre todo, déficit severo de gente que solo los lea.
Si haces una encuesta rápida entre las decenas de escritores que te rodean, seguramente la proporción de gente que haya leído Moby Dick no llegue ni al uno por ciento. Personalmente me conformaría con que leyeran Bartleby, esa otra genialidad de Melville. Que ha pasado a la posteridad por la frase célebre de su personaje principal, incapaz patológico de rellenar una sola línea: «Preferiría no hacerlo». Es la lectura que siempre recomiendo cuando alguien me pide asesoramiento porque está pensando en escribir.
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