Apostasía
PRESENCIÉ en octubre del mes pasado la manifestación de un grupo que convocó
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PRESENCIÉ en octubre del mes pasado la manifestación de un grupo que convocó ante las puertas del Palacio Arzobispal un acto colectivo y público de apostasía. Me cogió por allí y me acerqué. A tres metros me di cuenta, por el pelaje del paisanaje, que aquello era otra cosa. Más que un acto de renuncia de la fé, con la algarada se trataba de poner en escena un pasillo de comedias para hacer algo de lo más fácil, barato, sencillo y rentable que se puede hacer en estos días como es burlarse de la Iglesia Católica. En el grupo había gente mayor, mediana y muy joven. Lo de los jóvenes me hizo pensar: cómo gente sin aun 20 años había logrado almacenar ya tantísimo odio a la religión. La figura de la apostasía es lo más arcaico que se puede encontrar dentro de los usos y costumbres relacionados con la religión. Pese a ello, una diputada catalana ha presentado en el Congreso una propuesta para que el estado obligue el establecimiento de un método rápido de apostatar para que la Iglesia u otras confesiones borren de sus registros los nombres de quienes han renunciado a sus creencias. Llega esta diputada de Iniciativa por Cataluña a reclamar el amparo o la intervención de la agencia de protección de datos para que controle el asiento de las partidas de bautismo que figuran en los libros de registro de las parroquias. Es decir, la constancia escrita de algo que sucedió, un bautizo, es para estos una violación de la intimidad porque allí consta tu nombre, tus apellidos, el nombre de tu padre y el de tu madre. También aquí la respuesta de la Iglesia tiene su miga porque para formalizar como digo un acto privado como el abandono de tus creencias hay que hacer más papeles que para constituir una hipoteca. Todo, entiendo, es mucho más sencillo. Las iniciativas como la que ha entrado en el Congreso lo único que hacen es alimentar la realidad nacional del anticlericalismo. Lo que pasa es que a estas alturas de la vida, no ofende quien quiere.
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