LA TRIBU
La vida
Cuando la razón es un impedimento, el sevillano se aferra a lo que le da ganas de seguir viviendo
![Antonio García Barbeito: La vida](https://s1.abcstatics.com/abc/sevilla/media/opinion/2022/05/03/s/antonio-barbeito-opinion-krzB--1248x698@abc.jpg)
Quizá nadie como él supo describirlo: «…Así como hay pueblos que viven únicamente preparándose a morir, al nuestro se le va la vida disponiéndose a vivirla. Vamos viendo girar los soles sobre nuestras cabezas, cada vez más maravillados, como si no hubiese un momento en ... que el sol ha de girar, y nosotros no hemos de verlo quebrarse en nuestras torres y explotar en la cal viva de nuestras paredes…» Y lo remata como nadie ha rematado una faena literaria de esta altura: «…Nadie aprende a morir, porque nadie ha envejecido. La existencia es un encantamiento, que se rompe brutalmente en la hora definitiva. En nuestra ciudad, la muerte es siempre un asesinato.»
Se nos va la vida mientras nos disponemos a vivirla. Genial, Chaves Nogales. Por encima de todo, la vida. Vivir más allá de la razón, incluso apartado de ella, como decía de la Semana Santa otro genio, sevillano de vida, Núñez de Herrera, que tenía claro que Sevilla, en esos días, vivía y no razonaba. Cuando la razón es un impedimento, el sevillano —y casi todo el andaluz— se aferra a lo que le da ganas de seguir viviendo. Vivir, por encima de todo. Más que los dobles de campanas de la Giralda, más que los gorigoris y cano tristes han podido estos días de luto por la muerte del querido don Carlos Amigo los repiques de Feria, las castañuelas, la salivilla de la impaciencia, los labios ensayando las coplas, los pies, que se van al baile; los brazos, que se levantan. Como en los viejos entierros de la tribu, cabezada de cumplido y, a la vuelta, café o copa en el bar. Quiero decir, a los toros o a la caseta. O sea, a la vida, siempre. Extrañando están ausencias las piedras de altar y, en otro extremo, extrañando talento los escenarios donde el inmenso Juan Diego nos dejó lo mejor de la interpretación teatral. El de Bormujos, tan amigo de la vida, tuvo que entregarla, inerme ya ante la muerte. Ni boatos ni cenizas, ni gorigoris ni silencios. La gente, como hace siempre —y hace bien—, pasado el cumplido, se fue a buscar la vida. Nadie como esta tierra para aliviarse el luto. Lo pensaba mientras veía pasar el cortejo fúnebre del cardenal bajo banderolas animando a la Feria de Abril; y lo veía mientras veía los toros aun sabiendo que Juan Diego estaba de cuerpo presente. Es inevitable. Ellos lo entenderían tan bien como nosotros, que la vida es la mejor salida para los vivos. Y que aquí «la muerte es siempre un asesinato.» Don Carlos y Juan Diego, dos referencias altísimas en distintos extremos, apostaron siempre por la vida, y por eso mismo entenderían que la ciudad que tanto los quiso, siga haciendo lo mismo aun con ellos muertos para siempre. Aquí, «nadie aprende a morir, porque nadie ha envejecido.» Ni falta que hace.
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